Historias de histeria en la posmodernidad (Parte 4)
Chano ignoraba que era un ignorante y fantaseaba que su alcoholismo era una posición política, que sus amigos eran compañeros de lucha, y juntos cambiaban al mundo. Cuba a cuba, peda a peda.
-El inconsciente se origina cuando el histérico no sabe lo que dice, cuando de hecho lo que dice, lo dice con las palabras que faltan. (Jacques Lacán)
-Es prerrogativa del bufón, no del rey, decir lo que venga en gana. (William Shakespeare)
Luciano “Chano” Bojórquez es un hombre de 36 años de edad; es soltero y la última vez que tuvo algo parecido a una pareja fue hace como 12 años, así que no tiene ningún tipo de restricción de tiempo o de compromiso económico que le impida hacer lo que le venga en gana.
Bueno, de tiempo sí. Trabaja en una fondita que está a la vuelta de su casa; entra al medio día exactamente y sale a las cinco de la tarde. Entre el sueldo y las propinas “saca para las cubas”.
A pesar de tener un horario laboral corto, es muy rara la ocasión en que llega a tiempo… Más bien, es muy rara la ocasión en que no llega al menos cuarenta minutos tarde. La fonda le pertenece a la hermana de su mamá y él se aprovecha de esto para mostrar poco profesionalismo.
Normalmente sale de trabajar y en el parque de la colonia ya están reunidos sus amigos, con alguna botella de ron ya avanzada. Sobre la banca del parque se observan siempre las cocas de tres litros, una bolsa de hielos que se empieza a derretir y le tienen que estar drenando el agua para hacer que éstos aguanten el mayor tiempo posible, vasos desechables -de los rojos-.
El licor lo ocultan entre algún arbusto lejos de el punto de reunión. Cuándo eran mas jóvenes e inexpertos les pasó varias veces que alguna patrulla llegaba como respuesta a la queja de algún transeúnte o vecino, ya que orinan a la intemperie, “ocultos” detrás de un árbol; les encontraban la botella y les pedían dinero o de plano se los llevaban, así que fueron “sofisticado” su ritual etílico de todas las tardes.
Esa tarde Chano había salido unos veinte minutos después de las cinco porque algún comensal hizo una sobremesa sin prisa. Chano estaba furioso y llegó despotricando acerca de su patrona-tía con sus amigos, utilizó frases que quién lo escuchara pensaría que lo explotaban despiadadamente y no le quedaba tiempo para hacer su vida.
Pasó de la mentada de madre a la diatriba a la vida personal de la tía. “Por eso está sola, la infeliz” (cabe mencionar que se trata de una mujer viuda).
Elaboró un discurso acerca de cómo el burgués, el dueño del medio de producción, no queda contento hasta que le arranca el último hálito al proletario, cómo este sistema capitalista hace de hombres desposeídos como él, uno guiñapos sin ilusión alguna que levantarse al siguiente día para recibir las migajas que el explotador deja caer de su mesa, mientras que ellos, los burgueses viven en sus lujosas mansiones y degustan de placeres mundanos negados para el peón, el chalán, el macuarro.
Chano quién ese día había llegado a la una, tomó su descanso para comer que aprovechaba para irse a su casa a fumar marihuana; la pausa que debería ser de media hora, por lo general era de una hora.
La tía se las tenía que arreglar para atender las siete mesas de su establecimiento y poner en cada una de ellas consomé, arroz, guisado, tortillas, agua y postre, porque su querido sobrino gustaba de tomar su descanso de 2:30 pm a 3:30 pm.
Después regresaba aletargado y no ayudaba mucho que digamos; deambulaba por el lugar, recogía algún plato vacío, le gustaba cobrar las cuentas -porque por ahí se quedaba con alguna cuenta completa- y al final lavaba los platos, sólo los platos, porque las ollas se las dejaba a la tía, que dicho sea de paso, no vivía en una mansión, vivía en un departamento en el mismo edificio dónde estaba la fonda, en la Santa María la Ribera.
Cada mañana la tía subía al metro en la estación Normal, de ahí a Pino Suárez, de Pino Suárez transbordaba a la línea 1 y de ahí a La Merced; esto lo hacía mientras el único empleado que podía pagar, “dormía la mona”, porque estaba reposando la cruda del día anterior.
Un pequeñito detalle que no he mencionado es que Chano vivía en casa de sus padres, entonces como a eso de las 10:30 am su madre entraba al cuarto de Luciano a despertarlo para que no llegase tarde al trabajo.
Chano recibía este gesto de muy mala gana y profería algún grito o hacía algún tipo de berrinche adolescente.
“Ya mamá, ya se que ya quieres que me largue, que no te gusta tenerme aquí, pero ya pronto me voy a largar de esta mugre casa para siempre”.
Jamás recibió súplica alguna de que no lo hiciera, todo lo contrario; su madre lo alentaba tiernamente.
“Si, hijo; ya estás en edad de independizarte, por eso no te hace caso ninguna muchacha, estás muy grande para vivir aquí, pero todo tu dinero te lo gastas con esos vagos, cuida tu dinerito, además ya te hemos dicho que no te drogues en la casa”
Esa línea bastante común en el discurso de la madre bastaba para que Luciano iniciara una perorata en la que había dos líneas importantes: insultar a su mamá de manera pasivo-agresiva y defender su derecho a consumir marihuana en la casa de sus padres.
«Si tan sólo no fueran tan ignorantes», decía, «sabrían que es peor el tabaco que su papá fuma y que ese sí va a terminar matándolos a todos».
Lo que sucedía, le explicaba su madre cada vez, cada día, es que su padre compró esa casa con el dinero que obtuvo trabajando 30 años, así que básicamente si a Chano le molesta el humo del tabaco se podía ir a no respirarlo a donde quisiera. Y, por otro lado, si le era fundamental tener un hogar que pudiera compartir con personas que tuvieran la misma afición que él por las drogas, también podía ir a buscarlo a donde fuera, excepto ahí.
En pocas palabras sus posiciones políticas frente al capitalismo y al uso de marihuana dentro de su casa no le importaban ni a la madre, ni al padre, ni a la tía, que lo empleaba por amor a su hermana y le daba lo mismo si Chano fuera marxista, leninista, maoísta, estalinista, trotskista o cualquier corriente roja, que sobra decir que no era nada de eso, jamás en su vida había tenido la disciplina de la militancia y de la lectura, su discurso se componía de lugares comunes, clichés, por decir lo menos.
Así que quedaba la palomilla del parque, ahí si que encajaba, si algún vecino les pedía retirarse del lugar porque da la casualidad que los parques son considerados lugares apropiados para niños más que para viciosos, presto Chano discursaba sobre la libertad de tránsito.
“La calle no le pertenece a nadie, maestro, es de todos, así que se friega”.
No entendía de faltas administrativas, pero tampoco de callarse; siempre tenía argumento que lo exhibía como una persona que ignoraba lo rampante de su ignorancia, de su “crapulencia”, nunca faltaba el argumento que lo exhibía como un mequetrefe, un hombre patético.
Por eso habitaba el parque, ahí fantaseaba que su alcoholismo era una posición política y sus amigos, sus compañeros de lucha, pensaba que estaban cambiando al mundo cuba a cuba, peda a peda.
*Los nombres y algunas circunstancias fueron modificadas para proteger la identidad y privacidad delos involucrados.
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Gabriel Zamora Paz (@DrGabbo) es Psicólogo por la UABC, Maestro en epistemología y doctor en Psicoanálisis Lacaniano.
Cuenta con 20 años dedicado a la actividad clínica como psicoterapeuta primero, cómo psicoanalista desde hace 6 años y trabajó 6 años como académico en la UPN.