Historias de Histeria en la posmodernidad | La venganza de Cordelia
Un encuentro dentro de un Oxxo desencadenó una serie de citas entre un hombre incrédulo de su suerte y una mujer que envolvía su sensualidad a bordo de un Camaro Rojo
En el día a día nos vemos la cara con personas histéricas, no lo notamos hasta que el fenómeno llamado conversión los vuelve seres patéticos. La locura nos viene pisando los talones a lo largo de la vida, ¿de qué debemos escapar (en caso de que sea posible), de la locura o del patetismo?
Gabriel Zamora Paz
La venganza de Cordelia
1.
Me encontraba en el Oxxo comprando tortillas, huevos, algún embutido para preparar el desayuno, me dirigí a buscar leche al fondo de la tienda, al gran refrigerador de varias puertas que hay en estos establecimientos, en eso decidí dar un paso hacia atrás… Justo al salir del pasillo en el que me encontraba alcancé a ver claramente la silueta de una mujer, joven, morena, ataviada con ropa pequeña debido al calor.
En lugar de dirigirme hacia el refrigerador, coger la leche y retirarme, decidí regresar por el mismo pasillo y por el otro lado dar la vuelta para poder llegar por el último pasillo y poder tener un mejor punto de observación, el plan era hacerlo sin ser visto.
Llegué al final del otro pasillo y efectivamente lo que vi es a la chica dándome la espalda; debido al pequeño short tuve la posibilidad de ver las torneadas y bronceadas piernas, el perfecto trasero y su cabello negro, largo, lacio, brilloso; no sé qué estaba buscando en el refrigerador porque justo en ese momento, cuando ya me pensaba ir (sin la leche), se agachó para alcanzar algo en la parte baja.
No pude irme y me puse a “leer” los factores nutricionales de una sopa Maruchan de camarón.
Supongo que la mujer sintió que la observaba porque aún agachada volteó a verme; llevaba puestos unos lentes obscuros grandes que le cubrían la mitad de la cara, labios grandes. Sonrió y me saludó.
¿Sería mi día de suerte? ¡No creo, esas cosas no pasan en la vida real!
Caminó hacia mí, traía una blusa corta que permitía ver su abdomen marcado y también perfectamente bronceado, y la apertura de los primeros botones de la blusa dejaban a la vista un par de grandes, redondos y también bronceados pechos.
¿Qué está pasando? ¿Por qué camina hacia mí sonriendo?
Cuando estuvo frente a mí se quitó los lentes, mientras yo seguía sin saber quién era, pero ella me saludó muy entusiasmada y me abrazó de una manera un poco más cercana de como se abraza a un amigo. Ya no resistí la curiosidad y le agradecí el abrazo, pero le confesé que no tenía idea de quién era, le aseguré que, de conocerla, no la habría olvidado de ninguna manera.
-¿Cómo no?, soy Cordelia Quijano, la hermana de Mireya
-Claro, hace tanto tiempo que no te reconocí, ¡qué pena, pero ahora sí te ubico perfectamente!
La verdad me sentía bastante avergonzado porque estoy 100 por ciento seguro que me sorprendió como se dice vulgarmente “sabroseándomela” y la relación que había tenido con su hermana había sido de carácter profesional, pero bueno, no había nada que pudiera hacer, “a lo hecho, pecho”.
Un poco para enmendar la grosería de que no la había reconocido subí a la conversación cosas del pasado.
-¿Cómo está tu hermana?, ¿aún viven en la misma casa?, ¿tu mamá todavía tiene el restaurante?
Hasta por su novio le pregunté porque en aquellos años conversé un par de ocasiones con él, un chavo que vivía en Estados Unidos.
Listo, al menos en ese aspecto había corregido la plana; sin dejar de sonreír comenzó a dar respuesta a mis preguntas.
- Mi hermana y mi mamá viven en la misma casa, aún tienen el restaurante, lo del novio es una larga historia, pero hace años que no lo veo, de hecho si no estás muy ocupado estos días, deberíamos salir a cenar y vernos para ponernos al día.
Mientras dice esto pega su cuerpo al mío, sujeta mi hombro y baja la mano a mi pecho.
¿Qué está pasando?, una vez más, ¿es mi día de suerte?
Ella vuelve a tomar distancia de mí y me platica que estudió una maestría en economía en Harvard y que ahora es Directora de una empresa que elabora productos aeroespaciales en una fábrica que hay en la ciudad, que vive en uno de esos fraccionamientos nuevos que tienen gimnasios y albercas comunitarias, casas amplias de varias plantas, digamos para la clase media alta.
Me dice sin recato alguno y mostrando su cuerpo en un par de poses sugerentes que como me puedo dar cuenta se metió al gimnasio y que se hizo un par de “arreglitos” mientras toca sus pechos con ambas manos, levantándolos y sacándolos un poco de la blusa desabotonada.
Comenta que trae un poco de prisa y saca su celular, me lo da para que anote mi teléfono y me pide que me marque a mí mismo para poder guardar el de ella. Procedo, nos despedimos y repite lo del abrazo subido de tono, además que el beso que me da prácticamente roza mis labios.
Camina y se sube a un Camaro rojo, nuevo, impecable. Lo enciende y puedo notar por el ruido del motor que es la versión de ocho cilindros.
Se va y me repito a mí mismo: «¿Qué chingados acaba de pasar?» Me vuelvo meter al Oxxo por la leche.
2.
Cae la tarde cuando recibo un whats, en el que Cordelia me dice que a la persona que menos esperaba ver era a mí, que le había dado un gusto enorme, que si nos poníamos de acuerdo para vernos a la brevedad.
No sé si Cordelia tuviera un whats para asuntos personales y otro para asuntos del trabajo, pero ese en particular tenía como foto de perfil una con ella usando un bikini chiquito, diminuto… vaya, no es que se tratara de mí, tenía una personalidad muy seductora.
Yo me encontraba de vacaciones, ya ni siquiera vivía en esa ciudad, había firmado contrato con una empresa y tenía un mes libre, así que ocupado, ocupado que digamos, no estaba, por lo que le indico que mi agenda está “pretty wide open”.
Ella sugiere que nuestra cita sea al siguiente día, acompaña el enunciado con emoticón de una carita dando un beso con un pequeño corazón y otro guiñando un ojo.
Para este momento tanta coquetería me parecía harto sospechosa y prefiero tomar las cosas con precaución, así que no sugiero ningún sitio romántico, todo lo contrario, propongo un lugar de esos que que es para ir con los cuates, no hay otra interpretación posible, un lugar donde venden alitas y tarros de cerveza , hay pantallas transmitiendo eventos deportivos, que además nos queda bastante cerca a ambos.
Ella accede y, como le informé que estoy con todo el tiempo libre del mundo, me pide que nos veamos lo mas temprano que se pueda, que va a pedir el día en el trabajo, incluso averigua el horario de apertura del bar y entonces me cita las dos y media de la tarde. Accedo sin resistencia.
3.
A las 2:15 del siguiente día me dirijo al lugar de la cita, me voy caminando, estaba a unos 500 metros de mi domicilio; llego antes que ella, pido una mesa cerca de la entrada y me siento a esperar.
En la televisión dan el resumen de la liga española, pido una cerveza metiéndome más en mi papel de no jugar el rol de pretendiente en esta sospechosa situación. No pasa mucho tiempo cuando el “ronrroneo” del Camaro anuncia que ha llegado.
La verdad guardaba la esperanza de que vistiera casualmente, no es que le tuviera miedo, pero entre menos forzada se fuera desarrollando esta situación podría pensar que en realidad tendría alguna oportunidad.
A cierta edad la inocencia es inaceptable y tener a esta mujer rica, joven, exitosa y despampanante prácticamente arrojándose a mis pies me abría un abanico enorme de posibilidades, de dudas y en ninguna de ellas era bueno el desenlace para mí: celos a un novio, despecho, “picones” a un pretendiente, en fin.
Pues parecía como si en el momento que desciende del Camaro alguien hubiera encendido un ventilador y que esta coincidencia hace que el vestido blanco con transparencias comience a subírsele; puedo ver sin hacer ningún esfuerzo la diminuta tanga blanca.
En el forcejeo con el vestido gira y en primer plano tengo el espectáculo de sus nalgas completas, que ya había visto por lo menos en su foto de perfil de whatsapp. Vestido holgado de la parte baja, pero no tanto para que no caiga sobre la parte baja de la espalda, remarcando la curvatura de su cuerpo, ajustado de la parte del torso, transparencias de tres cuartos para arriba, por lo que se ve a detalle el brasier con encajes que ademas es lo suficientemente transparente para no dejar nada a la imaginación, brazos y hombros de atleta al descubierto.
Se repone del incidente del ventilador y entra con sonrisa de oreja a oreja, se quita los mismos lentes grandes que tenía el día anterior, usa tacones que según ella me dijo en algún momento posterior de la plática eran Prada y una bolsa Chanel.
Es decir, no estaba vestida para comer alitas y tomar cerveza, pero bueno, ¡ya estábamos ahí!
Me saluda repitiendo el beso que roza mis labios y me pide me ponga de pie para darme un abrazo. El lugar estaba completamente vacío y cada uno de los empleados tenía los ojos puestos en ella, incluso me sentí un poco intimidado.
Se acerca un mesero y, como yo estaba tomando un tarro de un litro de cerveza clara, ella pide lo mismo. Después de unos minutos me pude acostumbrar a su deslumbrante aspecto y pude ordenar mis ideas para iniciar una conversación. Por supuesto que esto era perfectamente normal para ella, incluso lo estaba disfrutando, era evidente.
Llega la cerveza y nos ofrecen la carta, la cual inmediatamente ella retira del alcance de los dos, mensaje recibido. Lo primero que me platica es que su hermana se casó, que tiene un par de sobrinos, que son su adoración, saca el teléfono para mostrar las clásicas fotos de niños y lo hace, solo que mientras me está enseñando el teléfono pasa de manera rápida un par de fotos de ella desnuda, las miro menos de un segundo cada una y además no hago ningún comentario. Aquí no pasó nada.
El restaurante familiar ha crecido, antes usaban un lote grande como estacionamiento, me comenta que ahora todo el terreno es ocupado por la construcción del mismo, emplean a veinte personas, su propia hermana que es administradora de empresas es la gerente, y en general en ese rubro todo bien.
Le da un gran trago a su tarro que levanta como si no pesara nada, la espuma que le queda en la boca se la limpia con el brazo y hace un gesto de enorme placer.
-¡Puta!, que fría está la chela, no mames. ¡Mesero, otros dos por favor!
A mí me quedaba la tercera parte del tarro, por lo que tuve que apurarla de un trago también y para no desentonar, también me limpié la boca con la mano. Me mira fijamente esperando mi comentario acerca de la cerveza, lo hago, hablo del peculiar placer extra que tienen las personas que se pueden dar el lujo de beber unos tragos mientras el resto de los mortales trabajan.
Llegan los siguientes tarros, levantándolos por el aire los chocamos y brindamos por habernos vuelto a ver. Le da un trago largo, de casi media cerveza y después de dejar el tarro en la mesa comienza lo que sería la dinámica de éste y los futuros encuentros que tendríamos.
Ella hablaba, coqueteaba, cuando me lo indicaba nos abrazábamos “por el gusto”, “porque no sé por qué antes no habíamos hecho esto”, “porque me caes poca madre”, “porque eres un vato con huevos”, pero sobre todo hablaba, la mujer tenía historias, historias dije, no mamadas.
La agenda la dictó ella, no me importó.
Continuará…
*Los nombres y algunas circunstancias fueron modificadas para proteger la identidad y privacidad de los involucrados.
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Gabriel Zamora Paz (@DrGabbo) es Psicólogo por la UABC, Maestro en epistemología y doctor en Psicoanálisis Lacaniano.
Cuenta con 20 años dedicado a la actividad clínica como psicoterapeuta primero, cómo psicoanalista desde hace 6 años y trabajó 6 años como académico en la UPN.