Historias de histeria en la posmodernidad | La venganza de Cordelia (el desenlace)
Cordelia al fin narró con lujo de detalle cómo fue su venganza contra el pocho sin cejas que la engañó; sin arrepentimiento y con orgullo, ella siguió «Cordelizando» hombres a su paso
«En el día a día nos vemos la cara con personas histéricas, no lo notamos hasta que el fenómeno llamado conversión los vuelve seres patéticos. La locura nos viene pisando los talones a lo largo de la vida, ¿de qué debemos escapar (en caso de que sea posible), de la locura o del patetismo?»
Gabriel Zamora Paz
La venganza de Cordelia (el desenlace)
Aquí puedes leer la primera, segunda y tercera parte)
9.
Los golpes con algo metálico a la puerta de la calle me vuelven a sacar de mi sueño, esta vez el reloj marca las dos de la tarde, abro los ojos y de ipso facto me invade una jaqueca, parece ser otro repartidor, le indico que espere, me mojo la cara y salgo a ver de que se trata.
Misma dinámica del día anterior: entro a la casa y esta vez la bolsa contenía unos sueros, aspirinas y unos chilaquiles. Minutos después suena el teléfono y Cordelia me dice que se levantó a las seis de la mañana y que lleva tres juntas, que esta vez ni siquiera tuvo cruda.
«Pues yo estoy a punto de ir a urgencias», le digo exagerando los síntomas de mi resaca.
Me apura a consumir lo que me mandó para que pueda cumplir cabalmente con la reunión pactada para ese día. Acordamos vernos a la misma hora en el mismo lugar, se despide de mí y manda un beso tronado desde el otro lado.
Los chilaquiles eran rojos, con pollo. Hay un debate abierto sobre si los mejores chilaquiles son los rojos o los verdes, claramente los verdes son los ganadores en una proporción de noventa a diez, por lo que me llama la atención que me haya enviado unos rojos, justamente porque yo soy de esa minoría que los prefiere rojos. Eran del restaurante La Plazita, así con zeta, es una de sus especialidades, por lo que una vez más califica el gesto de Cordelia como “detallazo”.
Dos pedialite de naranja, un frasco de catorce omeprazol y dos aspirinas gringas, que son mucho mejores que las nacionales, completaban el combo. Como si se tratara de seguir la receta de un galeno, paso a paso voy consumiendo todo el contenido de la bolsa. Pongo un par de alarmas en el teléfono, pongo éste en modo avión, cierro las persianas y me acuesto en el sofá a dormir nuevamente.
A las cinco de la tarde suena la primera alarma, no se si era la época y así se usaba, o simplemente en un acto de patetismo había programado desde tiempo atrás mis alarmas con ciertas canciones, son de esas cosas que hoy en día nadie con algo de autorrespeto hace, pero los Sex Pistols comenzaron a tocar Anarchy in Uk.
Sabiendo que tengo otra alarma más, decido ignorar esta; sin embargo, ya no duermo, sólo me queda “echado”, comienzo a pensar en como me siento y me voy dando cuenta que estoy recuperado, es impresionante lo eficiente que puede llegar a ser Cordelia, debió estudiar medicina y hacerse millonaria poniendo una clínica para atender enfermos de cruda, se lo comentaré hoy por la noche, yo le puedo conseguir pacientes.
La segunda alarma es Caress me down de Sublime, en ese momento abandono el sofá y me dirijo a la maleta, porque ni siquiera me he tomado la molestia de desempacar mi ropa, les decía que ahora vivo en otro lado.
Selecciono básicamente el mismo outfit pero con ropa de otro color; ahora los jeans son negros, la camiseta es blanca y los vans son negros con suelas color como mostaza, no me había dado cuenta que tengo pura ropa igual, también tengo camisas, pero se parecen entre sí, sólo cambia el color.
Le doy una planchada a la ropa, me baño y una vez más llego media hora antes al tiki bar, mismos asientos que las veces anteriores. Pido una cerveza, mantengo mi postura de una manera, diría yo sin echarme muchas porras, estoica, he resistido y no tengo duda de que hoy lo haré también, bueno casi ninguna duda.
Dan las siete y no llega, es la primera vez que se retrasa, pido otra cerveza y divago sobre diversos temas, o lo que es lo mismo, no pienso en nada en particular, a eso de las siete con veinte se escucha que se está estacionando, se abre la puerta y voilà, trae un mono, no hablo de un chango, sino de una de esas prendas que son de una sola pieza, amarillo, ceñido a su cuero por todos lados y con un escote que sin exagerar llega apenas arriba del ombligo, entaconada y parece recién bañada, o su pelo se ve húmedo.
Me saluda, me abraza y me dice que la perdone por el retraso pero que justo pasó a bañarse a su casa porque en la mañana se levantó con el tiempo demasiado ajustado para hacerlo.
Me platica de su día, que no es diferente al día de ningún oficinista, podrá ser una ejecutiva, pero fue una jornada que transcurrió entre juntas, proyectos mal logrados y que había que corregir, tener que tratar con personas que no le agradan, etcétera.
Finjo que me interesa, pero en cuanto puedo cambio de tema; las historias de oficina y las familiares siempre me han parecido un tanto patéticas, me parece que sólo se las deberían platicar a los meramente interesados. Por ejemplo, uno puede llegar de visita a una casa y resulta que uno de los miembros de esa familia tiene algún apodo sin chiste, nadie siente curiosidad alguna por saber el aburrido origen de semejante ítem, cuando de pronto puede ser la mamá, el papá, un tío, comienzan con una narración que involucra que el fulano de marras a cierta edad no pronunciaba bien una palabra y desde entonces a manera de burla le dicen de esa manera.
Todos seguramente van a reír y entonces uno se ve en la obligación de hacerlo, de lo contrario es una descortesía, aunque en realidad uno podría hallar mas prolífica la acción de beber cianuro. Son historias que la gente debería entender que son incómodas, patéticas y sin alguna clase de valor conversacional.
Misma cosas con las historias laborales, puede haber una mesa de contadores hablando sobre la dificultad del balance del último bimestre, siendo así no hay objeción, pero ¿qué tal si por algún accidente termina uno en la mesa de los contadores y alguno decide que hay que platicarle al extraño la emocionante historia del balance?
Esa historia seguramente no le interesaría ni a la mamá del contador, si éste tuviera perro y le empezara a contar a la anécdota, el chucho se daría la media vuelta y se iría.
Le digo, ya en este abrupto cambio de conversación, que estoy sorprendido por la energía con la que se mueve por la vida, pienso que al menos está dos niveles arriba que la gente normal, me dice que anoche todavía llegó y le dio unas cuantas vueltas a la alberca, así borracha, pero que no perdona el cardio. ¡No mames!, yo ni la ropa me quité, sólo me aventé a la cama.
Propone que el día de hoy nos bebamos un Chivas Regal, a mí me parece una buena idea; total, de cualquier manera parece que esta amistad terminará con ambos en rehabilitación, así que el veneno parece ser pecata minuta. La cantinera que ya la ubica a la perfección se para frente a ella por que sabe que es ella quién va a ordenar.
Ordena el Chivas, un servicio de agua mineral y hielos. El protocolo mas o menos regular es que te lleven la botella dentro de su caja sellada si es que la conservan aún en el bar y que se abra caja, botella y se sirva en presencia del comprador, así que la cantinera cumple con tal ritual y nos sirve sendos vasos, un hielo, una medida de whiskey y el resto de agua mineral.
Cordelia mete la mano a su bolsa, lo cual me angustia un poco, pero saca una medida de cantinero para preparar tragos, me dice que le gusta prepararlos con precisión. Levantamos los vasos old fashion y los chocamos en el aire, ahora brinda por la buena vida, correspondo a su brindis, esta vez le da un trago “normal” y deja el vaso sobre la mesa, hago lo mismo.
Cuando se fue a vivir a Boston, cuando fue a Europa, cuando se hizo sus siete cirugías plásticas, seguía obsesionada con el pocho y abrió tres o cuatro cuentas de Facebook para poderlo stalkear a toda hora, supo que se casó con la güera, que a la boda fueron incluso amigas de ella, se sintió herida y traicionada, así que empezó a planear su venganza.
Mira -me dice- el tipo estaba guapito, pero es el clásico güey de esos pueblos mugrosos de la frontera de California, ya sabes, Heber, Calipatria, El Centro, es un pendejo con la cabeza hueca, he tenido perros mas inteligentes, así que eso era pan comido.
Así me relató lo que hizo:
En uno de los veranos que vine de vacaciones a visitar a mi familia, él tendría unos tres años de casado, por sus redes sociales sabía que cada viernes cruzaba la frontera para este lado y que iba específicamente a un billar que estaba cerca de la línea, a una cuadra del hospital Almater.
En ese momento yo ya estaba así de buena y la puta güera ya había parido dos chamacos y estaba gorda, se notaba desde el principio que era de esas morras que lo buena le iba a durar cinco años, esa gente se alimenta de chetos, de Doritos nachos, de hamburguesas, era cosa de tener paciencia.
De cualquier manera lo empecé a seguir, y comprobé que todos los viernes a las cinco de la tarde llegaba solo a ese billar. Alguna vez le pedí a un amigo que me llevara ahí para ver que había , porque nunca llegaban sus amigos, y resulta que la barra la atendía una chava de buen cuerpo, él intentaba conquistarla.
Pues un viernes me puse un vestido como el que traía ayer pero blanco, tú sabes el blanco como resalta las curvas, unos tacones y no me puse nada debajo del vestido, no era transparente pero no había ninguna costura, cualquier buen observador se podría dar cuenta. Me estaciono a dos cuadras del bar y veo pasar al pendejo como todos los viernes, dejo que transcurran cuarenta minutos y me dirijo al bar.
Llego al estacionamiento, es de esos bares que tiene grandes ventanales y que incluso los carros estacionados se ven desde adentro, así que en cuanto pongo un pie abajo del carro, desde el interior de mis lentes oscuros pude ver como varios güeyes me señalaron, incluso pararon sus juegos.
Cuando cruzo el umbral de la puerta se hace un silencio, noto que él me ve pero no me ha reconocido, así como tú el día del Oxxo, me siento igual que él en la barra, pero a unos cinco lugares, saco mi celular y lo empiezo a ver, cuando el cantinero me habla, me quito los lentes y ordeno un Chivas precisamente, en las rocas.
En ese momento él me reconoce. «¡Cordelia!»
Yo volteo con la mirada mas altanera que te puedas imaginar, había pasado de moda el asunto de sacarse la ceja y le digo despectivamente que no lo había reconocido con ceja, que se ve raro, también había subido unos 5 kilos y por supuesto se lo hice saber.
Él ni tardo ni perezoso se coloca en la silla junto a la mía y me pregunta si espero a alguien; sin ser amable le digo que no sé, que puede ser, que voy llegando y que estoy viendo quien se viene, que se puede quedar ahí en lo que llega alguien.
Cuando viví en Boston aprendí a tomar como marinera, ya te has dado cuenta, y el muy idiota se pone a tomar lo mismo que yo, whiskey derecho con un hielo. Te juro que no podía dejar de verme las tetas, en la parte superior del escote se me podía ver una pequeña porción de la aureola del pezón, imagínate, pobre güey.
Pues te digo, el tipo es un pendejo y me empieza a decir que me extraña, que nunca me ha podido olvidar, que fue un pendejo, ¡No mames!, después de la manera que me humilló públicamente, no le contesto nada pero sigo platicando con él y ¡Ay!, es tan predecible, en cosa de tres horas ya está hasta el retroculo y comienza de mano larga, en eso pone su mano en mi cadera y la empieza a recorrer, ahí se da cuenta que no tengo calzones, ¡todavía me pregunta el pendejo!, ¿no traes calzones?, lo miro con hartazgo y giro los ojos hacia arriba.
Se baja del banco de la barra y se tambalea, casi se va de hocico, dando tumbos llega al baño, después regresa y me quiere dar un beso. Le digo que mejor nos vayamos de ahí. Evidentemente él no puede manejar y lo subo a mi carro. Gracias a que ya le pegaba duro a lo del ejercicio lo pude “maniobrar”, porque el cabrón ya venía en calidad de bulto.
Me lo llevo a mi departamento, como puedo lo bajo del carro y también como puedo lo meto a la recámara. Neta hubo momentos donde parecía que me quería deshacer de un cadáver, porque lo jalaba de las patas. Suelta otra de esas estruendosas carcajadas, se da a la tarea de servir dos vasos de whiskey con agua mineral con su medida profesional, brindamos como “a las carreras” porque no quiere interrumpir la crónica, fue una pausa técnica.
Una vez en la recámara lo subo a la cama y lo encuero, después me encuero yo, saco del clóset un tripié y una cámara Canon profesional que compré para mis viajes y la apunto hacia la cama. El cabrón estaba ahogado pero aún así se la mamo hasta que logro que se le pare y con el control de la cámara empiezo el photoshoot, acá entre nos si se la chupé, pero no lo violé, solo me le subía para que en ciertos ángulos pareciera que estábamos cogiendo, hice como doscientas fotos para elegir en las que me veía mas buena, siempre viendo a la cámara y mostrando mis mejores atributos.
Lo dejo ahí en la cama y agarro mi laptop y bajo las fotos, conecto su cel a mi compu y desde su cuenta de Facebook subo 25 fotos. Cordelia con el pito del güey en la mano, en la boca, encima de él. ¡Ay no!, no tienes idea, quién hubiera visto esas fotos hubiera creído que nos aventamos un cogidón.
Me regreso a la cama y además le dejo todo el cuello chupeteado. Lo vuelvo a vestir. Aquí Cordelia sonríe como diciendo “ve todas las molestias que me tomé para vengarme, espero que valores lo que te cuento”, arquea la ceja izquierda, y volvemos al asunto de que parece que me estoy deshaciendo de un muerto. Lo arrastro hasta el carro, lo subo y lo regresó al bar donde lo vi.
Estaciono mi carro al lado del suyo y lo cambio de carro, ahí lo dejo y me voy. Manejo de prisa hacia una Kodak que estaba a unas cuadras e imprimo una de las fotos donde parece que me está cogiendo, en esos lugares tienen una política sobre el tipo de contenido que no pueden imprimir, le tuve que dar una lana al empleado para que me hiciera el paro, y saco treinta copias fotostáticas de la foto.
Cruzo hacia Estados Unidos y en su pueblo mugroso pego en algunos postes de su vecindario las fotocopias, ya que andaba ahí aprovecho para ir de compras aun mall y ya me regreso. Dos días después yo ya estaba en Boston. Ya ves que te dije que lo stalkeaba desde varias cuentas, pues supe lo dejaron, se divorció, le metieron child support, fue a corte y jamás volví a hablar con él.
«Edmundo Dantés y tú», fue todo lo que me limité a decir.
Ella agradece el “cumplido”. No había una sola muestra de arrepentimiento en su narración, por el contrario, el tono del relato esta más centrado en la perfección del como ejecutó los detalles técnicos y en el éxito de la misión.
«Te dije que me la pagó», fanfarroneó y alzó su vaso para chocarlo con el mío, brindamos y seguimos conversando ya de temas misceláneos.
La amistad con Cordelia prosiguió un par de semanas, hasta que se interesó en un joven, decente a la vista, que seguramente en alguna cena, al calor de unas botellas de Dom Perignon sería asaltado con la disyuntiva de la presencia o ausencia de gónadas, y le deslizarían una pequeña caja de terciopelo cuando más “Cordelizado” se encontrara.
Efectivamente supe que se casó un mes después, me invitó a la boda, pero yo ya no pude asistir por motivos laborales, no he vuelto a saber nada de ella.
*Los nombres y algunas circunstancias fueron modificadas para proteger la identidad y privacidad de los involucrados.
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Gabriel Zamora Paz (@DrGabbo) es Psicólogo por la UABC, Maestro en epistemología y doctor en Psicoanálisis Lacaniano.
Cuenta con 20 años dedicado a la actividad clínica como psicoterapeuta primero, cómo psicoanalista desde hace 6 años y trabajó 6 años como académico en la UPN.