17 de diciembre de 2024

Historias de histeria en la posmodernidad | Melesio quería ser cool

Mientras los jóvenes universitarios hacían sesudos análisis sobre Kant, Melesio interrumpía para presumir que él era el mejor cajero de toda la maquila

Melesio quería ser cool

Melesio quería ser cool

La verdad es el error que escapa del engaño y se alcanza a partir de un malentendido.

Jacques Lacán

 

Melesio quería ser cool (primeros planteamientos)

1.

Conocí a Melesio hacia el final de la adolescencia, al menos de vista, su casa y mi casa compartían la barda de la parte trasera de sus respectivos patios. Nunca crucé palabra con él, pero lo ubicaba perfectamente. Vivíamos en uno de esos barrios en donde todos se conocen, incluso después de un tiempo hasta los visitantes de cada casa llegan a ser conocidos.

-¿Quién es ese güey?
-Llega ahí con la hija del perrero. (un veterinario)

Estoy hablando de una época que hoy en día parece sumamente remota. Esa época sin internet, sin celulares, con teléfonos con cables, devedés, cedés, etc. Lo pienso y no hace tanto, serán veinte años más o menos; sin embargo sé que si lo hablo con una persona de veinte años, o con mi sobrina de quince, parecería que estoy hablando de la prehistoria, en fin.

Supongo, porque no lo tengo claro en la memoria, que yo tendría alguna novia; mi suposición se basa en el hecho de que religiosamente a equis hora de la noche iba al teléfono público de la esquina, no soy una persona que disfrute hablando por  teléfono, es más, me caga, si no es una emergencia no le veo sentido, pero el ritual de la época exigía llamar a la novia como atención, antes de dormir o de que fuera una hora inapropiada para la familia. Por eso es que acudía con mi tarjeta de 100 pesos (el teléfono no admitía monedas) cada noche a la esquina.

Caminaba, daba la vuelta en la esquina y desde ahí se podía apreciar a un joven corpulento de 1.80 de estatura, poco mas, poco menos, pero por ahí, unos 110 kilos de peso, sin llegar a ser obeso, recargado en esa posición que adoptaban las personas que pasaban horas en un teléfono público. Hombro recargado en uno de los bordes de la “cabinita”, cadera hacia afuera y pies cruzados uno frente al otro.

-¡Ahí esta ese cabrón de nuevo!

El problema con esta situación es que ese pendejo no tenía la más mínima consideración por nadie. Llegué a intentar hacer fila, creo que ese es el protocolo civilizado, haces fila, el que está usando el teléfono entiende que el aparato es de uso público y apresura su conversación para dar paso al de atrás.

Melesio en el momento que notaba había alguien esperando turno, volteaba la cara hacia el interior de la cabina como para fingir que no había visto a nadie. Intenté toser fuerte para hacerme notar, nada.  Me iba a mi casa y volvía una hora más tarde y ¡ahí seguía el desgraciado! La única opción que me quedaba si no quería hacer mal mi papel de novio, era caminar seis cuadras grandes hasta el siguiente teléfono. Siempre era así.

-¡Grandísimo hijo de la chingada!

Años después en una fiesta de la universidad, una chava me preguntó si lo conocía, nos vio llegar juntos a varios, él entre esos varios. Le confirmé conocerlo.

-No mames, ese güey me hablaba diario como por dos años, duraba horas en el teléfono y nunca fuimos nada.

Mas me emputé.

2.

La universidad fue una época en donde conocí grandes amigos, personas que yo consideraba interesantes. Para alguien que crece en un barrio “popularsón“ y se acostumbra a las sandeces de los de siempre, es una gran cosa conocer gente nueva, con otras cosas metidas en la cabeza.

Al “ruso” lo conocí el primer día de los cursos de inducción. Ahora que lo pienso las autoridades universitarias deben haber pensado que éramos una generación de tarados, ya que nos daban una semana de inducción, supongo que nos debían decir cosas como “se caga en el baño”, “se come en el comedor”, “los libros se encuentran en la biblioteca”.

Lo que sucedió es que no llevaba ni veinte minutos el dichoso curso cuando volteo hacia el güey de un lado, y le propongo ir por unas caguamas, en lugar de escuchar tanta pendejada, los dos güeyes de enfrente, “el pipis” y “el gordo” se sumaron a la convocatoria, así que nunca mas volvimos al curso de inducción. Diario llegábamos a la cita del curso, pero jamás reunimos la voluntad de entrar, así que nos íbamos a alguna parte a tomar cerveza.

Fue por esta vía que reaparece Melesio en escena, este cabrón iba en la misma prepa que “el ruso” y eran buenos amigos. A estas alturas de la vida Melesio trabajaba en una maquiladora que se dedicaba a hacer cajas de cartón para refrigeradores. 

Lo que pasa con los universitarios es que creen que las cosas que piensan y platican nadie antes las había pensado, inventan el hilo negro una y otra vez, al final es parte del proceso, validar a las grandes mentes de la humanidad, o peor aún, con los huevos del tamaño de los que pone una avestruz, descalificar a estas grandes mentes.

-Güey (le da un trago a su caguama), esas pendejadas que plantea Karl Popper valen verga, ahí tienes a Bachelard, ese bato sí está cabrón, ¿sí o no?
-¡A huevo, Popper vale verga!

Los años universitarios transcurrieron entre ese tipo de “sesudas” reflexiones, que sí el conductismo era para imbéciles, que si el existencialismo era para jipis, que sí Maslow, que sí May, que sí Freud. Transcurrieron entre eso y las reflexiones de Melesio sobre las cajas de cartón.

En todos estos años Melesio se volvió parte del inventario, para ese entonces yo rentaba una casa junto con otros compañeros, cerca de la facultad en la que estudiábamos. Melesio manejaba una van que funcionaba como casa muchas veces.

Estas pretenciosas pláticas que teníamos y siguen teniendo los universitarios que hoy están descubriendo el hilo negro sobre Kant o sobre la fenomenología del espíritu de Hegel, eran interrumpidas súbitamente por Melesio, quien nos comenzaba a dar una aburrida cátedra sobre cual era el proceso para hacer una caja de cartón en una maquiladora coreana.

Ahora sé que el truco es el ángulo en que se introduce la hoja de cartón en una máquina (que sobra decir que hace todo), nos decía que era el mejor cajero de toda la maquila, que incluso él había modificado a la industria con su habilidad. Todos sabíamos que no era cierto, pero lo que buscábamos era que se callara para tener la oportunidad de volver a hablar las burradas que estábamos hablando.

Nunca ocurría, una vez que tomaba la palabra no la soltaba. Era capaz de destrozar una plática que nos había llevado tres horas colocar en cierto punto, es decir, uno no llega a decir “no estoy de acuerdo con Kant” en cinco minutos, tiene su chiste, lleva su tiempo, su proceso, al menos un par de horas elaborar la diatriba, sobretodo si se está borracho.

Pues después de la diaria aburrida cátedra de las cajas, no quedaba de otra que emprender la huida, yo estaba en mi casa, los demás se iban. Melesio se subía a su Van a dormir, al siguiente día tocaba la puerta temprano pedía permiso para bañarse.

-¡Qué pedo!

*Los nombres y algunas circunstancias fueron modificadas para proteger la identidad y privacidad de los involucrados
**Las ideas contenidas en este texto son responsabilidad de su autor y no reflejan la postura de News Report MX

Gabriel Zamora Paz (@DrGabboes Psicólogo por la UABC, Maestro en epistemología y doctor en Psicoanálisis Lacaniano.

Gabriel Zamora Paz

Cuenta con 20 años dedicado a la actividad clínica como psicoterapeuta primero, cómo psicoanalista desde hace 6 años y trabajó 6 años como académico en la UPN.

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