22 de diciembre de 2024

¿Quién es Jesús para mí? Cómo responder a la pregunta fundamental de la vida

En su homilía, en la misa por la celebración de los santos Pedro y Pablo, Francisco recuerda cómo ellos respondieron a la pregunta fundamental de la vida “¿quién es Jesús para mí?”, viviendo el seguimiento y anunciando el Evangelio. Llevar a Jesús a todas partes, con humildad y alegría.

Patricia Ynestroza – Ciudad del Vaticano

En la misa en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, el Santo Padre recuerda cómo ellos respondieron a la pregunta fundamental de la vida “¿quién es Jesús para mí?”, viviendo el seguimiento y anunciando el Evangelio. En esta celebración, es tradición la bendición de los ‘palios’ que recibirán los Arzobispos metropolitanos nombrados en el curso del año.

Pedro siguió a Jesús. Pablo anunció al Señor

Sobre el camino que realizaron estos dos apóstoles, el Papa dijo que es hermoso si crecemos como Iglesia del seguimiento, como Iglesia humilde que nunca da por sentado la búsqueda del Señor. Es hermoso si nos convertimos en una Iglesia en salida, que no encuentra su alegría en las cosas del mundo, sino en anunciar el Evangelio al mundo, para sembrar la pregunta sobre Dios en el corazón de las personas.

 

Francisco aconsejó: Llevar al Señor Jesús a todas partes, con humildad y alegría: en nuestra ciudad de Roma, en nuestras familias, en las relaciones y en los barrios, en la sociedad civil, en la Iglesia, en la política, en el mundo entero, especialmente allí donde anidan la pobreza, la degradación y la marginación. Y, hoy -dijo- en el momento en que algunos de «nuestros hermanos arzobispos reciben el palio, signo de comunión con la Iglesia de Roma, quisiera decirles»:

 

“Sean apóstoles como Pedro y Pablo. Sean discípulos en el seguimiento y apóstoles en el anuncio, lleven la belleza del Evangelio a todas partes, junto con todo el Pueblo de Dios”

 

Entre los presentes, se encontraba una Delegación del Patriarcado Ecuménico, enviada por su Santidad Bartolomé, a quien el Papa saludó al final de la homilía, y agradeció por su presencia: «avancemos juntos, en el seguimiento y el anuncio de la Palabra, creciendo en fraternidad», afirmó también: «que Pedro y Pablo nos acompañen e intercedan por nosotros».

 

Celebrando a Pedro y Pablo 

“Estamos celebrando a Pedro y a Pablo, dos Apóstoles enamorados del Señor, dos columnas de la fe de la Iglesia. Y mientras contemplamos sus vidas, el Evangelio de hoy nos presenta la pregunta que Jesús hace a sus discípulos: «¿Quién dicen que soy?» (Mt 16,15). Esta es la pregunta fundamental, la más importante: ¿quién es Jesús para mí? ¿Quién es Jesús en mi vida? Veamos cómo respondieron a esta pregunta los dos Apóstoles”. Es con estas palabras con las que el Papa Francisco hace reflexionar a los presentes en la Basílica vaticana en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo.

 

“La respuesta de Pedro podría resumirse en una palabra: seguimiento. Pedro vivió en el seguimiento del Señor. Cuando Jesús interrogó a los discípulos aquel día en Cesarea de Filipo, Pedro respondió con una hermosa profesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16)”.

 

Una respuesta impecable, precisa, puntual, podríamos decir una perfecta respuesta de «catecismo», señaló Francisco. Pero esa respuesta es fruto de un camino. Sólo después de haber vivido la fascinante aventura de seguir al Señor, después de haber caminado con Él y en pos de Él durante tanto tiempo, Pedro llega a esa madurez espiritual que lo lleva, por gracia, a una profesión de fe tan lúcida.

 

«De hecho, el mismo evangelista Mateo nos cuenta que todo empezó un día en que, a orillas del mar de Galilea, Jesús pasó por allí y lo llamó, junto con su hermano Andrés, e «inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron» (Mt 4, 20). Pedro lo dejó todo para seguir al Señor».

 

Y el Evangelio subraya que lo hizo «inmediatamente»: Pedro no le dijo a Jesús que se lo pensaría, no hizo cálculos para ver si le convenía, remarcó el Papa, no puso excusas para demorar la decisión, sino que dejó las redes y lo siguió, sin pedir de antemano ninguna seguridad. Todo lo iría descubriendo día a día, al seguir a Jesús y caminar tras Él. Y no es casualidad que las últimas palabras que Jesús le dirige en los Evangelios sean: «Tú sígueme» (Jn 21,22).

 

Sigamos a Jesús sin excusas como Pedro

Más adelante, Francisco recuerda que Pedro, nos dice que a la pregunta «¿quién es Jesús para mí?», no basta responder con una fórmula doctrinal impecable, ni siquiera con una idea que nos hayamos construido de una vez por todas. No. Es siguiendo al Señor como aprendemos a conocerlo cada día; aseveró Francisco, es haciéndonos sus discípulos y acogiendo su Palabra la manera en que nos convertimos en sus amigos y experimentamos su amor transformador.

 

«Ese ‘inmediatamente’ resuena también para nosotros: si podemos posponer tantas cosas en la vida, el seguimiento de Jesús es inaplazable; ahí no podemos dudar, no podemos poner excusas. Y cuidado, porque algunas excusas se disfrazan de espiritualidad, como cuando decimos ‘no soy digno’, ‘no soy capaz’, ‘¿qué puedo hacer yo?’. Esto es un truco del demonio, que nos roba la confianza en la gracia de Dios, haciéndonos creer que todo depende de nuestras capacidades».

 

Para seguir a Jesús, el Pontífice nos recuerda que debemos despojarnos de nuestras seguridades terrenales, inmediatamente, y seguir a Jesús cada día: esta es la encomienda que Pedro nos confía hoy, invitándonos a ser Iglesia-en-seguimiento, afirmó. Una Iglesia que desea ser discípula del Señor y humilde servidora del Evangelio.

 

«Sólo así podrá dialogar con todos y convertirse en lugar de acompañamiento, cercanía y esperanza para las mujeres y los hombres de nuestro tiempo. Sólo así, incluso aquellos que están más alejados y a menudo nos miran con desconfianza o indiferencia, podrán finalmente reconocer, con el Papa Benedicto: «La Iglesia es el lugar del encuentro con el Hijo de Dios vivo, y así es el lugar de encuentro entre nosotros» (Homilía en el II domingo de Adviento, 10 diciembre 2006)».

 

Pablo: anunció al Señor

Al hablar de Pablo, el Santo Padre dijo que: si la respuesta de Pedro consistió en el seguimiento, la de Pablo fue el anuncio, el anuncio del Evangelio.

 

«También para él todo comenzó por gracia, con la iniciativa del Señor. En el camino de Damasco, mientras llevaba a cabo con feroz determinación la persecución de los cristianos, atrincherado en sus convicciones religiosas, Jesús resucitado le salió al encuentro y lo dejó ciego con su luz, o, mejor dicho, gracias a esa luz Saulo se dio cuenta de lo ciego que estaba: encerrado en el orgullo de su rígida observancia, descubrió en Jesús el cumplimiento del misterio de la salvación».

A partir de allí, dijo el Papa: Pablo, comparado con la sublimidad del conocimiento de Cristo, considera en adelante como «desperdicio» todas sus certezas humanas y religiosas (cf. Flp 3,7-8). Así, Pablo dedica su vida a recorrer tierra y mar, ciudades y aldeas, sin importarle sufrir penurias y persecuciones con tal de anunciar a Jesucristo.

 

«Viendo su historia, parece que cuanto más anuncia el Evangelio, más conoce a Jesús. El anuncio de la Palabra a los demás también le permite penetrar en las profundidades del misterio de Dios; el Pablo que escribió «¡ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Co 9,16) es el mismo que confiesa «para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21)».

Pablo, entonces, nos dice que a la pregunta «¿quién es Jesús para mí?» no se responde con una religiosidad intimista, que nos deja indiferentes ante la inquietud de llevar el Evangelio a los demás, señala por último Francisco. El Apóstol nos enseña que crecemos en la fe y en el conocimiento del misterio de Cristo cuanto más somos sus heraldos y testigos.

 

«Esto sucede siempre: cuando evangelizamos, somos evangelizados. La Palabra que llevamos a los demás vuelve a nosotros, porque en la medida en que damos, recibimos mucho más (cf. Lc 6, 38). Esto también es necesario para la Iglesia de hoy: poner el anuncio en el centro. Ser una Iglesia que no se cansa de repetir «para mí la vida es Cristo» y «ay de mí si no predico el Evangelio». Una Iglesia que necesita el anuncio como el oxígeno para respirar, que no puede vivir sin transmitir el abrazo del amor de Dios y la alegría del Evangelio».

 

 

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