3 de diciembre de 2024

El Papa: No podemos acostumbrarnos a los accidentes y muertes en el trabajo

Francisco se reúne con ANMIL, asociación que agrupa a amputados e inválidos en el trabajo, y vuelve a hablar de la necesidad de garantizar la seguridad. El aumento de los accidentes «se produce cuando el trabajo se deshumaniza», cuando el objetivo exclusivo se convierte en la productividad

El Papa: No podemos acostumbrarnos a los accidentes y muertes en el trabajo

Antonella Palermo – Ciudad del Vaticano

 

«La seguridad en el trabajo es como el aire que respiramos: sólo nos damos cuenta de su importancia cuando falla trágicamente, ¡y siempre es demasiado tarde!».

Ya había tocado el tema al responder a una pregunta de un periodista a bordo del vuelo de ida a Mongolia, pocas horas después del accidente de Brandizzo, cerca de Turín, donde cinco trabajadores perdieron la vida al ser arrollados por un tren. En aquella ocasión, Francisco había repetido que el trabajador es sagrado y que estas tragedias, calamidades e injusticias, suceden siempre por falta de cuidado.

 

Hoy, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, ante unos trescientos miembros de la Asociación Nacional de Trabajadores con Discapacidad Laboral (ANMIL), que celebra los ochenta años de su fundación, volvió sobre el tema, recordando explícitamente a aquellos trabajadores «a los que el tren mató cuando estaban trabajando».

 

Y con un discurso que ahonda en las dinámicas subyacentes a los dramas laborales, reclama como prioridad el respeto a las normas y la consideración de la responsabilidad hacia los trabajadores.

 

Todo conflicto armado trae consigo legiones de amputados

El discurso del Papa Francisco toma como punto de partida el recuerdo de la época de la II Guerra Mundial -de hecho, en 1943 se fundó la asociación ANMIL-, lo que le lleva inmediatamente a actualizar sus reflexiones reconduciéndolas a las «dramáticas consecuencias de la locura que es la guerra», consecuencias que repercuten en la población civil. «Todo conflicto armado trae consigo legiones de amputados, también hoy» – afirma el Pontífice-.

 

«Una vez terminado el conflicto, quedan escombros, incluso en los cuerpos y en los corazones, y la paz debe reconstruirse día a día, año tras año, mediante la protección y la promoción de la vida y de su dignidad, empezando por los más débiles y desfavorecidos».

 

Reconocer la plena dignidad de los mutilados

A continuación, las palabras del Papa prosiguen con un «gracias» repetido varias veces, acompañado de la petición de que no se olviden los derechos de los discapacitados, especialmente de las mujeres y los jóvenes:

 

«Gracias en primer lugar por lo que seguís haciendo por la protección y representación de las víctimas de accidentes laborales, viudas y huérfanos de los caídos. Gracias por mantener el foco de atención en la cuestión de la seguridad en el trabajo, donde todavía se producen demasiadas muertes y desgracias.

 

Gracias por las iniciativas que promueve para mejorar la legislación civil sobre accidentes laborales y rehabilitación de personas con discapacidad. En efecto, no se trata sólo de garantizar una asistencia y una seguridad social adecuadas a quienes sufren formas de discapacidad, sino también de dar nuevas oportunidades a personas que pueden reinsertarse y cuya dignidad exige ser plenamente reconocida. Por último, gracias por su labor de sensibilización de la opinión pública sobre las políticas de prevención de accidentes y de seguridad, en particular en favor de las mujeres y los jóvenes«.

 

A pesar de la tecnología, los accidentes no cesan

Lamentando amargamente que las tragedias y los dramas en el lugar de trabajo desgraciadamente no cesan, a pesar de la tecnología de que disponemos para promover lugares y tiempos seguros, el Papa Francisco admite: «A veces parece como si escucháramos un boletín de guerra».

 

«Esto sucede cuando el trabajo se deshumaniza y, en lugar de ser el instrumento mediante el cual el ser humano se realiza poniéndose a disposición de la comunidad, se convierte en una exasperada carrera por el beneficio. Las tragedias comienzan cuando el objetivo ya no es el hombre, sino la productividad. Y el hombre se convierte en una máquina de producción».

 

La seguridad en el trabajo es como el aire que respiramos

Llama a la educación, el Papa, un área crucial para tratar de prevenir los accidentes laborales:

 

«Amigos, las tareas educativas y formativas que tenéis por delante siguen siendo cruciales, tanto respecto a los trabajadores como a los empresarios y en el seno de la sociedad. La seguridad en el trabajo es como el aire que respiramos: nos damos cuenta de su importancia sólo cuando falla trágicamente, ¡y siempre es demasiado tarde!».

 

Más allá de la idolatría del mercado

Luego viene la cita de la parábola del buen samaritano y la invitación, una vez más articulada por el Papa, a no alimentar la indiferencia:

 

«En el mundo del trabajo a veces ocurre exactamente así: seguimos adelante, como si no pasara nada, entregados a la idolatría del mercado. Pero no podemos acostumbrarnos a los accidentes laborales, ni resignarnos a la indiferencia ante ellos. No podemos aceptar el despilfarro de vidas humanas. Las muertes y lesiones son un trágico empobrecimiento social que afecta a todos, no sólo a las empresas o familias implicadas. No debemos cansarnos de aprender y reaprender el arte de cuidar, en nombre de la humanidad común. La seguridad no sólo está garantizada por una buena legislación, que hay que hacer cumplir, sino también por la capacidad de vivir como hermanos y hermanas en el lugar de trabajo.»

 

El carewhashing o el lavado de conciencia

En la parte final del discurso del Papa, también se refiere a lo que llama el fenómeno del ‘carewashing’, que considera «feo». Se trata de todos aquellos comportamientos de empresarios o legisladores que, en lugar de invertir en seguridad, «prefieren lavar sus conciencias con alguna obra de caridad».

 

«Así anteponen su imagen pública a todo lo demás, haciéndose benefactores en la cultura o el deporte, en las buenas obras poniendo a disposición obras de arte o edificios de culto, pero sin prestar atención al hecho de que, como enseña un gran padre y doctor de la Iglesia, ‘la gloria de Dios es el hombre vivo’ (San Ireneo de Lyon, Contra las herejías, IV, 20, 7). La responsabilidad hacia los trabajadores es primordial: no se puede comerciar con la vida por ningún motivo, más aún si es pobre, precaria y frágil. Somos seres humanos y no máquinas, personas únicas y no piezas de recambio. Y muchas veces algunos trabajadores son tratados como piezas de recambio.»

 

 

Al encomendarse a San José, patrón de los trabajadores, amputados e inválidos, el Papa concluyó reafirmando que «cada persona es un don para la comunidad y que la mutilación o la invalidez de una sola persona hiere todo el tejido social».

 

 

 

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