18 de diciembre de 2024

La Iglesia como en los primeros tiempos, debe predicar el Evangelio

La Iglesia debe predicar el Evangelio a todas las naciones, pero espera el “poder de lo alto” para poder hacerlo.

Iglesia

Lorena Leonardi – Ciudad del Vaticano – En todos los tiempos, y particularmente ahora, la Iglesia se encuentra como «en las secuelas de la Ascensión de Jesús al cielo» y «debe predicar el Evangelio a todas las naciones, pero espera el “poder de lo alto” para poder hacerlo. Y no olvidemos que en ese momento, como leemos en los Hechos de los Apóstoles, los discípulos estaban reunidos en torno a ‘María, la madre de Jesús’».

 

Continuando el ciclo de catequesis sobre el Espíritu Santo, el Papa Francisco introdujo así su reflexión sobre la relación entre la Virgen y el Espíritu Santo esta mañana en la audiencia general en la Plaza de San Pedro.

 

Un vínculo único e indestructible

Es verdad, prosigue refiriéndose al episodio de la Ascensión, «que había también otras mujeres con Ella en el cenáculo, pero su presencia es distinta y única entre todas», porque «entre Ella y el Espíritu Santo existe un vínculo único y eternamente indestructible que es la persona misma de Cristo».

 

Después de haber explorado cómo el Espíritu Santo lleva a cabo su obra de santificación en la Iglesia a través de la Palabra de Dios, los sacramentos y la oración, Francisco explora en la catequesis de hoy cómo esto sucede a través de la piedad mariana.

 

En la tradición católica existe este lema, este dicho: «Ad Iesum per Mariam», es decir, «a Jesús por María». La Virgen nos hace ver a Jesús. Ella nos abre las puertas, ¡siempre! La Virgen es la madre que nos lleva de la mano a Jesús. La Virgen nunca se señala a sí misma, la Virgen señala a Jesús. Y ésta es la piedad mariana: a Jesús a través de las manos de la Virgen.

 

Una carta escrita con el Espíritu de Dios vivo

Si san Pablo define la comunidad cristiana como «una carta de Cristo compuesta por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones humanos», entonces María, como primera discípula y figura de la Iglesia, -explica el Papa- es también una carta escrita con el Espíritu de Dios vivo.

 

Precisamente por esto, puede ser «conocida y leída por todos los hombres», incluso por aquellos que no saben leer libros de teología, por aquellos «pequeños» a los que Jesús dice que se revelan los misterios del Reino, ocultos a los sabios.

 

María, esposa y discípula del Espíritu Santo

A continuación, el Pontífice repite una oración que San Francisco dedicó a la Virgen y subraya los apelativos presentes: «¡Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo! No se podría ilustrar con palabras más sencillas la relación única de María con la Trinidad».

 

Una expresión, «esposa del Espíritu Santo», que, según el Papa, «no debe absolutizarse, sino tomarse por la cantidad de verdad que contiene, y es una verdad muy hermosa.

 

Ella es la esposa, pero es, antes que eso, la discípula del Espíritu Santo. Esposa y discípula… Aprendemos de ella a ser dóciles a las inspiraciones del Espíritu, sobre todo cuando Él nos sugiere que «nos levantemos pronto» y vayamos a ayudar a alguien necesitado, como hizo ella inmediatamente después de que el ángel la dejara.

 

Como una página en blanco

Cuando María acepta y dice al ángel: ‘sí, hágase la voluntad del Señor’ y acepta ser la madre de Jesús, es como, subraya el Papa, ‘si María dijera a Dios: ‘Aquí estoy, soy una tabla de escribir: que el Escritor escriba lo que quiera, que el Señor de todas las cosas haga conmigo’».

 

Hoy, actualiza Francisco, «diríamos que María se ofrece como una página en blanco en la que el Señor puede escribir lo que quiera». Y así «la Madre de Dios es instrumento del Espíritu Santo en su obra de santificación»: en medio de la «interminable profusión» de palabras dichas y escritas sobre Dios, la Iglesia y la santidad «ella sugiere dos únicas palabras que todos, incluso los más sencillos, pueden pronunciar en cualquier ocasión: “Aquí estoy” y “fiat”.

 

María es la que dijo «sí» al Señor y, con su ejemplo y su intercesión, nos exhorta a decir también nosotros nuestro «sí» a Él, cada vez que nos encontremos ante una obediencia que cumplir o una prueba que superar.

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