Historias de histeria en la posmodernidad | La venganza de Cordelia (segunda parte)
Después de bailar «Eslabón por eslabón», Cordelia dijo tres palabras: “Ya te Cordelicé”. ¿qué significa esa frase y cuáles serán las consecuencias?
En el día a día nos vemos la cara con personas histéricas, no lo notamos hasta que el fenómeno llamado conversión los vuelve seres patéticos. La locura nos viene pisando los talones a lo largo de la vida, ¿de qué debemos escapar (en caso de que sea posible), de la locura o del patetismo?
Gabriel Zamora Paz
La venganza de Cordelia (segunda parte)
(Aquí puedes leer la primera parte)
4.
Yo la conocí cuando ella terminó administración en la Universidad, era una chava “menudita”, realmente nada que ver con la femme fatale que tenía frente a mí en ese momento, seguro ya se empezaba a gestar esta personalidad, pero no se había manifestado.
Transcurrían esos años cuando su hermana Mireya me invitó a una fiesta para celebrar que su hermana había sido admitida en Harvard, en una maestría en economía. Acudí gustoso a la celebración que era una fiesta más bien del tipo masiva, unos 30 barriles de cerveza, carritos de hotdogs y hamburguesas, taqueros sirviendo a marchas forzadas, un “diyei” tras otro “diyei”, banda sinaloense y mariachi.
A la media noche en punto Cordelia hace su aparición entre el humo que traía como parafernalia el “diyei” en turno, era una imagen chocante; por un lado lo poco que sabía de Cordelia era que se trataba de una estudiante de excelencia que se iba becada a una de las más prestigiosas universidades del mundo, pero también se sabía que tenía cierta fascinación por el universo “pocho”.
Hombres con la ceja sacada, pantalones exageradamente flojos, camisas exageradamente ajustadas y cabello corto, casi a rapa; drogas duras, usualmente cristal. Las mujeres usaban tacones altísimos, ellas mismas decían que eran de “teiboleras”, mallas de red, mini, mini shorts, nalga de fuera si se podía y escotes lo mas pronunciados que el respectivo cuerpo de cada chica le permitía.
Entonces aparece Cordelia en un atuendo como el que acabo de describir en medio del humo y de algunas luces estróbicas, como si se tratara de una pasarela. Finalmente llega y se sienta en una mesa con su grupo de hombres con escasas cejas.
Le relaté que era el último recuerdo que yo tenía de ella, dando pie a que ella completara la imagen, la historia y le agregara elementos a este momento peculiar.
¿Por qué era así?, ¿porqué ya no?, ¿cómo fue Harvard?. Las cartas estaban sobre la mesa.
«¡Guapo!, ¿puedes traer otro par de tarros?», le dice ya con la voz quebrada por una ligera embriaguez al mesero, le sonríe y se inclina un poco para que sobresalgan las transparencias del vestido.
Las cervezas llegan en segundos a la mesa, después del rumbo que estaba tomando la conversación pensé que nos trasladaríamos a esos años de Boston, a su experiencia en el extranjero, pero no. Ella lleva la conversación a esa noche del humo, las luces azules y su diminuto atuendo en el que hizo ese catwalk, y hace el intento por forzar mis recuerdos a la mesa a la que llegó a sentarse con los hombres sin ceja, o bueno, con una delgada línea de vello sobre los ojos.
El asunto es que me hace saber que uno de esos tipos era su novio, y que estaba muy enamorada de él, que por cosa de nada y renuncia a la beca de Harvard, pero que sentía que la relación era un poco tóxica, y que probablemente la distancia ayudaría a que todo mejorara.
Sinceramente comienza a parecerme en exceso interesante como la gerente de una fábrica de productos aeroespaciales estuvo a punto de terminar viviendo la vida con un cabrón que seguramente su mamá le sacaba la ceja todos los días al medio día, porque de levantarse temprano ni hablamos.
Como prefiere abordar esta situación inocua en lugar de hablar de experiencias más mundanas, ahí tiene el cien por ciento de mi atención. Me abraza como por treinta segundos, las cervezas están haciendo lo suyo, me dice que soy probablemente la persona mas agradable que conoce; sin embargo, en el bar en el que nos encontramos acude mucha gente de su empresa y no quisiera ser vista en pleno rumbo de emborracharse.
Me pide ir al bar que yo elija, solo que sea discreto y de bajo perfil, no quiere que nadie la reconozca.
5.
Pido la cuenta y de manera imperativa le dice al mesero que se cobre de su tarjeta y que le sume el cincuenta por ciento de propina; obviamente el mesero me deja con la mano extendida, yo le iba a dar el diez, la verdad.
Salimos y vuelve a pasar lo mismo del ventilador. Esto es lo que pasa, como el lugar tiene aire acondicionado, cuenta con un sistema de viento fuerte en la linea divisoria entre el exterior y el interior para que cuando se abra la puerta entre lo menos posible el calor exterior, de tal manera que el lugar se mantenga lo más fresco que pueda.
Ya de plano sin hacer un esfuerzo por bajarse el vestido, de su bolsa saca las llaves del Camaro y me las da, le abro la puerta, me abraza, se sube al carro y nos marchamos.
A menos de quinientos metros de ahí hay un bar de atmósfera tiki, que es mas bien para los locales del área, por lo que reunía todos los requisitos de la solicitud de Cordelia: discreto, oscuro, bajo perfil, etcétera.
Nos sentamos en la barra porque yo asistía frecuentemente y me conocían, por lo que nos iban a dar un buen servicio, además de que eran más cómodos los bancos de la barra que las sillas de las mesas: pedimos una cubeta llena de hielos con diez cervezas.
Inicia el relato donde nos quedamos en el bar anterior, me habla del amor que tenía por el hombre sin cejas y cómo se lo expresaba. Me cuenta una anécdota en la que el tipo quedó en pasar por ella para llevarla al cine a tal hora para ver tal película, por alguna razón que ella desconoce el hombre se retrasó dos horas, pero cuando llega le propone continuar con el plan e ir a la función que alcancen.
En un inicio ella dice que sí, pero me confiesa que mientras van avanzando rumbo al cine, le parece que es una mamada que ella siga con ese plan como si nada, y dice que empieza a sentir cierto desprecio por su propia persona, así que sin mediar algún tipo de reclamo, Cordelia abre la puerta y se arroja del auto en movimiento.
-Por eso te digo que era medio tóxica la relación.
– … («¿la relación?», me quedé pensando)
Pues rodó metros por el suelo, los carros afortunadamente alcanzaron a frenar y se incorpora toda raspada y llena de tierra. Algunas personas se le acercaron a cerciorarse de que estuviera bien y sin pudor le platica a los mirones que “se tuvo” que aventar del carro porque su novio había llegado tarde para llevarla al cine. Pide un taxi y se regresa a su casa.
Cordelia, por otro lado, entre lo de Harvard y el fin de la universidad tuvo un empleo como administradora y en un par de meses llegó a desempeñarse como jefa de departamento. Era como si tuviera dos personalidades: una de ellas con una inteligencia muy arriba de la media, la otra era como si fuera una chava del montón, de las que siguen todo tipo de modas y sólo quieren ser populares y ser aceptadas.
Trabajaba arduamente y llegando el fin de semana se caracterizaba, así como lo hacía Garufa en el famoso tango de Gardel: “durante la semana te fajas y el sábado en la noche, sos un doctor, te calas las polainas y el cuello duro, y te vas por el centro, de rompedor”.
Me dice de manera literal que le gustaba vestirse como una putita. Normalmente visitaban los antros de moda de la ciudad, los pochos llegaban con las carteras llenas de dólares para despilfarrar en botellas de alcohol, tacos y moteles.
-Era muy feliz con él, estaba muy guapo, tenía los ojos azules.
Suena en la rocola “que cadenas tan hermosas, nos mandó Dios por amor” con Lalo Mora y me jala al lado de los bancos en los que estábamos conversando para que bailáramos, me pide que la agarre como cartoncito de cerveza, y entonces bailamos al compás de “eslabón por eslabón”.
Termina la canción y me dice algo que me deja pensando en como se percibe ella misma:
“Ya te Cordelicé”
Alcanzo a suponer que intenta decirme que como bailé tan “pegado” a ella y como mis manos se posaron en su derrierè, ella suponía que me había enamorado de ella. Yo no hago comentario alguno.
Continúa con el relato del pocho de ojos azules; dice que había una güera, gringa, que todo el tiempo estaba “tras los huesitos” de su prenda amada, y un día pasó algo que cambió el rumbo de su cuento de hadas: la maldita güera se hizo un “boob job” y se mandó poner unas enormes tetas, probablemente como las que ahora tiene Cordelia, pero no sé. El novio de Cordelia no pudo resistir a los nuevos encantos de la güera y terminó de súbito la relación con ella.
Un par de días después anuncia en Facebook que tiene una relación con la güera; Cordelia estaba destrozada.
Si cuando llegó dos horas tarde para ir al cine se lanzó del carro, ¿de qué sería capaz ahora?, ¿qué tipo de elucubraciones sería capaz de elaborar esa cabecita lacia y provocativa?
-Pero me la pagó el güey, luego te cuento, ¿te platiqué que estuve casada?
-No. Cordelia, estoy muy a gusto, eres una compañía deliciosa, tu relato me tiene en ascuas, pero estoy demasiado borracho para continuar con la plática, propongo que me avises que día quieres seguir con esto, estoy disponible, ya te lo comenté.
Cordelia se alegra de que haya tomado la iniciativa porque está bastante peda también, me vuelve a dar las llaves del Camaro, me llevo a mi casa y de ahí ella maneja a la suya que es en la siguiente colonia.
6.
Alguien toca impetuosamente a la reja que da a la calle, entre sueños alcanzo a escuchar los golpes sobre el metal, mi ventana daba justamente al patio, así que abro discretamente la persiana y veo que se trata de un repartidor, miro el teléfono, es medio día, abro la ventana y mediante un grito indico que salgo en un momento.
Notablemente afectado por la resaca me dirijo hacia la entrada, el hombre pregunta mi nombre y me entrega una bolsa de plástico grande y pesada.
Entro a la casa y resulta que Cordelia me había mandado diferentes platillos de mariscos apropiados para la cruda; había un cóctel campechano, un recipiente con ceviche de camarón, un recipiente con callos de hacha en aguachile y dos latas de cerveza Tecate light. Segundos después suena el celular.
-¡Buenos días, borrachito! Oye, si tu cruda es del tamaño de la mía, me considero responsable de ésta, fuiste muy amable en escuchar todas mis “aventurillas”, me la pasé increíble. ¡Búscale bien, hay dos aspirinas por ahí!
-No te hubieras molestado, pero todo se ve buenísimo. Y sí, siento que muero, qué detalle.
Ese mismo día, más tarde, Cordelia me vuelve a llamar por teléfono; la gente -según yo- ya no habla por teléfono, utiliza los servicios de mensajería de Facebook o de Whatsapp, entonces el asunto de la llamada es un tipo de deferencia, de atención.
Me pregunta que si estaba disponible para la tarde de ese mismo día, que se quedó buena la plática y que le gustó el segundo lugar al que fuimos. Después del detallazo de la comida que me había enviado, no había manera de negarme.
Miento, sí había, pero estaba bastante intrigado, me sentía como en medio de una historia de detectives. Esas en las que llega una mujer despampanante a la oficina decadente de un investigador que vive de fotografiar maridos infieles, Joaquín Sabina usa el calificativo “huele braguetas” en su canción «El caso de la rubia platino», en esta historia yo era el huele braguetas.
¿Será cierto que me “Cordelizó”?
Le digo que sí, me propone pasar a recogerme, pero me niego, le digo que nos vemos ahí, había que conservar cierta investidura, además no me quería perder el espectáculo de la gran entrada que seguro haría.
Primero en la fiesta de los “diyeis”, después con el asunto del viento de la puerta cuando se le había levantando el vestido, no tenía duda de que Cordelia “no daba un paso sin huarache», en este caso, sin tacones. Quedamos a las siete en punto.
Continuará…
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Gabriel Zamora Paz (@DrGabbo) es Psicólogo por la UABC, Maestro en epistemología y doctor en Psicoanálisis Lacaniano.
Cuenta con 20 años dedicado a la actividad clínica como psicoterapeuta primero, cómo psicoanalista desde hace 6 años y trabajó 6 años como académico en la UPN.