Vivir en Ecatepec | Morelos marcó nuestro destino
Si en 1815 ya hubieran existido los periódicos de nota roja, el fusilamiento de Morelos no habría sido portada porque ocurrió en Ecatepec; allá esas cosas pasan diario
Ecatepec de Morelos, municipio colindante con la Ciudad de México y catalogado como el más poblado del país. También es el más violento, el más inseguro y aquél en el que el 97 por ciento de sus habitantes se sienten con miedo de salir a la calle.
Ahí crecí, en ese lugar en el que las mentadas de madre duelen más que los balazos y un sincero «chinga tu madre» puede provocar un conflicto digno de protagonizar las portadas de El Metro, El Gráfico y La Prensa.
Llegué a ese municipio a los dos años y desde entonces hasta la fecha he visto cada 15 días al mismo vocho blanco que se encarga de recordarnos por qué hasta los conductores de Uber tienen miedo de entrar.
«La mataron, la asesinaron y la dejaron a media calle toda encuerada» es una de las frases que más recuerdo de ese famoso gritón.
Se volvió una nota tan común que para nadie fue sorpresa cuando nombraron a Ecatepec el primer lugar a nivel nacional en feminicidios.
Ese mismo Ecatepec bastión electoral en el que los pobres -que son más que muchos- pueden definir al próximo gobernador del Estado de México y, al mismo tiempo, apuntalar al candidato que quiere la presidencia del país.
El único atractivo turístico de este municipio es un lugar conocido como «La Casa de Morelos», sitio en el que el 22 de diciembre de 1815 fue fusilado José María Morelos y Pavón, héroe de la independencia. Ahí, en pleno centro de Ecatepec.
Si hace más de 200 años hubieran existido los periódicos de nota roja, seguro su muerte habría sido anunciada por el mismo gritón de cada 15 días y la página del periódico en el que se encontraba la foto del Siervo de la Nación tirado en el suelo habría servido para envolver al Jesús de un nacimiento.
Pero no fue así; su fusilamiento nos dejó un museo y una tradición -¿o destino?- de muerte, balas y sangre.
Y a pesar de eso, vivir en Ecatepec te enseña a sobrevivir, a recorrer largos trayectos esquivando asaltos, imprudencias, malos olores y llegar con buena cara a una oficina que se encuentra en una colonia tan lejana que te hace sentir extranjero.
Allá, en donde no saben que te bañaste a jicarazo, tus compañeros gastan 50 pesos en un café. Acá, en tu purgatorio, aprendiste a hacer desayuno, comida y cena con 60 pesos, y hasta te sobraron un par de monedas que siempre cargas por si te quieren talonear.
En Ecatepec se tienen otro tipo de aspiraciones; cuando eres adolescente y vas en la secundaria, quieres trabajar en lo que sea que te permita ganar dinero y con eso poder comprarle una blusa del tianguis a tu mamá.
También nos gusta ahorrar; esa es la única forma honrada de adquirir unos tenis pirata que se parecen a esos que los chavos de la Roma usan diario para ir a trabajar en una agencia.
Vivir en Ecatepec es soñar con dejar de ser pobre, aunque eso implique desangrar otros anhelos y aspiraciones.
Vivir en Ecatepec es soñar con sobrevivir y escapar de aquí.
Escapar sin abandonar, porque aquí están los tuyos y ellos también merecen otro Ecatepec.