17 de diciembre de 2024

OPINIÓN | Ansiedad, la palabra más googleada en la pandemia (parte 5)

El regreso a las oficinas en plena pandemia provocó que más personas se convirtieran cuidadoras y a ellas la salud mental ya está cobrándoles facturas… Conoce la historia de Marisol

Ansiedad

Hemos llegado a nuestra cita semanal a seguir charlando sobre estos dos grandes vectores que concatenan en algún punto: ansiedad y pandemia son estos vectores, la concatenación ocurre en el buscador Google. Tiene algo de cyber punk esta realidad, si lo pensamos bien.

Ya que hablamos de la realidad, ésta parece estar divorciada de ciertas narrativas que intentan darnos esperanza en medio de estos acontecimientos; por un lado, mientras nos enteramos que sobran camas en los hospitales, sale a la luz que se terminan las actas de defunción.

Las noticias que vienen del extranjero nos advierten de una segunda oleada de contagios, situación que raya en el absurdismo más rampante, ya que no hemos pasado ni la primera.

La ansiedad es parte de nuestras vidas mucho antes de que se diera a conocer el primer caso de SARS-COV-2, sólo que habíamos decidido cerrar los ojos ante lo evidente. Empezamos a usar eufemismos que encubrieran los síntomas:

«Ando de los nervios», «soy medio bipolar», «soy una persona nocturna», «soy muy inquieto», «el café me da gastritis» y un largo etcétera de frases que se han vuelto parte de nuestro lenguaje cotidiano.

Pensamos que el cambio súbito en el estilo de vida en el que nos vimos envueltos de alguna manera hizo imposible improvisar eufemismos nuevos y nos tuvimos que circunscribir a una palabra para darle sentido y significado a ciertos fenómenos. Como mencionamos, la palabra ya estaba ahí, aguardando ser llenada de la simbología que le corresponde, reclamando su fuero: Ansiedad.

Marisol es una mujer joven de 36 años y tiene dos hijas, una de ellas tiene 14 y la otra 12, ambas están en la secundaria. Son una familia pequeña.

Hasta hace seis meses las mañanas eran una aventura contra el reloj; en la casa sólo hay un baño y tres personas debían asearse, vestirse, después desayunar, llevar algún almuerzo preparado, y salir “volando” porque la secundaria está mas cerca del trabajo de mamá que su casa.

Una vez que las dejaba en la secundaria, la mamá se iba a su trabajo en una empresa dedicada la importación de productos varios; es lo que se conoce en su medio como una “buyer”. Llegaba media hora antes a su trabajo, ya que las hijas entraban a las siete  a la secundaria y ella a las ocho a su trabajo, después le daban dos horas para comer y pasaba por sus hijas para llevarlas a practicar danza, de donde una mamá que ella conoce desde que estudiaba la universidad le hacía el favor de recogerlas y llevárselas consigo.

Saliendo del trabajo pasaba por ellas y finalmente regresaban juntas a casa. Preparaba la cena y empezaban con las tareas hasta terminarlas y llegaba la hora de dormir. Este ajetreado ritmo de vida se fue transformando poco a poco a raíz del semáforo de alerta epidemiológica color rojo.

La señora Marisol fue enviada a hacer home office y las hijas dejaron de asistir a la escuela para hacer home school. Ese fue el primer gran problema, ya que si bien es cierto que Marisol se llevó a su casa la computadora que usaba en el trabajo, en su casa sólo tenían una pc y ahora necesitaban dos, una para cada hija, porque las clases eran a la misma hora.

Siguiente problema: la casa es pequeña y la actividad de las tres implicaba que hablaran bastante.

El tercero y último problema fue que la conexión de internet no estaba ni remotamente cerca de las nuevas necesidades de la familia.

Lo de la computadora lo resolvieron con la buena voluntad de un familiar que “donó a la causa” una laptop que prácticamente no usaba.

Lo del espacio lo resolvieron con creatividad: en las dos habitaciones acomodaron las cosas de tal manera que no se notara que eran cuartos para dormir. Para el internet, tuvieron que asumir el costo de un paquete mas caro.

Al ser una familia “armoniosa”, no les pareció una situación difícil de manejar, incluso les gustaba estar juntas, lo hallaban hasta cierto punto divertido, novedoso.

Aquí es “donde la puerca vino a torcer el rabo”: cuando el semáforo cambió a naranja, Marisol tuvo que volver a su trabajo, no se podía dar el lujo de perderlo. ¿Qué iba a hacer con sus hijas? cualquier mexicano sabe que los tiempos no están para dejar a dos jovencitas solas, es muy peligroso.

Con toda la pena y la vergüenza a cuestas tuvo que recurrir a la abuela de las niñas. Hablo de vergüenza porque el padre de Marisol tenía años enfermo y requería de cuidados que le eran proporcionados por la ya cansada abuelita de las niñas.

Así como nuevamente cambió la dinámica, volvieron las mañanas apresuradas, salían de casa para dejarlas en casa de la abuela, ir a su trabajo, y volver por ellas ya entrada la noche. Aunque las chicas ayudaban con lo que podían a la abuela, no dejaban de ser una responsabilidad y una preocupación.

Esas “saliditas” a la tienda o cuando la abuela tenía que hacer el súper, ahora tenía que cargar con su esposo y además echarle un ojo a las niñas. También tenía que cocinar para mas personas… en fin que conforme pasaron los días, las semana y los meses, fueron pasándole una factura a la ya de por sí cansada abuela, cada día dormía menos.

Esta situación se empezó a traducir en errores de juicio, se encontraba dispersa, metía los cargadores de las computadoras al refrigerador y después tardaban en poder conectarse a sus clases sus dos nietas, le ponía sal al café de su esposo, se abrochaba chueca la blusa, un día echó a perder unos zapatos porque les aplicó pintura de otro color.

Cuando las chicas le empezaron a platicar a su mamá lo que le estaba sucediendo a su abuela, ella inmediatamente pensó que se trataba de una demencia senil; pidió permiso en el trabajo y la llevó con un neurólogo.

Después que el neurólogo la examinó, le dijo a Marisol que no era algo de su competencia, que no tenía demencia senil, que el problema es que no había dormido y se la pasaba angustiada la mayor parte del tiempo debido al exceso de trabajo, que entendía la situación pero que la señora estaba mas para recibir cuidados que para darlos, y les pidió vieran “al doctor de la ansiedad”, ni siquiera les cobró la consulta, fue muy amable.

La propia abuela estaba sorprendida con su diagnóstico; al principio hablábamos de los eufemismos que se usan para enmascarar alguna enfermedad mental, la mamá de Marisol era la reina de los eufemismos: tengo preocupaciones, me cayó mal algo que comí, no dormí por estar pesando…

Finalmente, para redondear la sorpresa, después hacerle una historia clínica se acabó de enterar que ha padecido ansiedad por mas de 15 años, y es uno de esos casos en los que mas vale tarde que nunca.

Llegó la familia entera a la casa de la abuela y aprovechando que ya estaban en le comedor las computadoras, las cuatro mujeres se sentaron e introdujeron en la barra de búsqueda de Google la palabra ansiedad.

*Los nombres y algunos detalles se modificaron para proteger la identidad y privacidad de las personas involucradas.


Gabriel Zamora Paz es Psicólogo por la UABC, Maestro en epistemología y doctor en Psicoanálisis Lacaniano.

Cuenta con 20 años dedicado a la actividad clínica como psicoterapeuta primero, cómo psicoanalista desde hace 6 años y trabajó 6 años como académico en la UPN.

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