16 de noviembre de 2024

Historias de histeria en la posmodernidad | La casa de La Roma (los primeros desenlaces)

El sueño de Don Ojo, El Gaviota y sus amigos viviendo en una casa de la colonia Roma de pronto se transformó en pesadilla: su mansión tiene dueño y está bien protegido por granaderos

Año 1994

Año 1994

El deseo de reconocimiento anula el reconocimiento del deseo.

Jacques Lacán

Año 1994. La casa de la Roma (los primeros desenlaces)

(Aquí puedes leer la primera y la segunda parte)

6.

El lunes temprano llegó “Don Ojo» a la calle Pomona, tenía la costumbre de desaparecer los fines de semana, es menester de un vago no andar de metiche sobre la vida de otros vagos, así que lo dejaremos en un quién sabe por qué. “Gaviota” y él se lanzaron por el respectivo huarache con huevito y su jugo de naranja.

“Don ojo” le dijo que había hablado con su valedor, el cuida coches, y que había ido un ruco güero a ver la casa, que le estuvo dando vueltas por unos cuarenta minutos y que se identificó como el dueño, que era gringo y no hablaba muy bien español, que le preguntó si no había visto nada sospechoso, que le habían dicho que se habían metido unos indigentes a vivir, que ya la iban a usar como oficina de una religión que vendía muchos libros y que tiene a varias celebridades militando en sus filas.

El cuida coches dijo que no sabía nada, que si quería que lavara el carro. El gringo dijo que no y se fue.

«Pues habrá que dejar que se enfríe el pedo, tenemos que volver al parque del David un rato, no vaya a ser», comentó muy solemne Gaviota. Acto seguido dobló el huarache como si fuera un taco y le pegó tremendo mordidón.

Se lanzaron al Oxxo con el Ayax, que se encontraba muy diligente “empotrando” una televisión Sony Trinitron grande en una de las paredes porque se estaba jugando el mundial de fútbol de Estados Unidos.

-¡Uy que chido, para ver al TRI!

-(chiflido de aprobación)

-Yo agarro las caguas, sigue en lo tuyo, ahí me las apuntas.

Era una mañana soleada así que se fueron a “almorzar” las caguamas al parque, sentados en el pasto. Poco a poco le fue cayendo la banda, llegó El Tata que andaba desaparecido porque tenía un romance con una empleada de servicio doméstico del edificio que hace esquina en Orizaba y Plaza Rio de Janeiro, justo en el que hoy en día se halla ubicado un Café Toscano en la planta baja.

Ésta le daba hospedaje en el cuarto de servicio en el que vivía, así que rozagante, recién bañado, bien comido, llegó con un gallote en la mano, dispuesto a quemarlo con la palomilla.

Las horas fueron transcurriendo, los gallos se fueron consumiendo, las caguamas también y llegó el momento justo de la peor decisión que pudieron haber tomado. ¡Vamos a la casa!

7.

Caminaron por Durango rumbo al Oxxo, el Rambo, el Toñito, Don Ojo y Gaviota. Compraron un refresco de dos litros y un Tonayán, unos vasos desechables y cigarros, en la tele estaban pasando el resumen del mundial.

Llegaron a la casa de Pomona y repitieron más o menos el  mismo “procedimiento de seguridad” que seguían  cada que entraban, alguien tiraba el “dieciocho”, alguien más se colocaba al pie de la ventana rota para hacerle “cunita” a los demás, y finalmente alguien jalaría desde arriba al que quedó abajo. Esta vez no fue diferente.

El Rambo tiró el dieciocho, Don Ojo se encorvó con las dos manos entrelazadas y Gaviota se aprestó a subir a la casa, rápidamente abrió la persiana exterior de madera y dio el salto hacia el interior.

¡Sorpresa! Dentro de la casa había -a ojo de buen cubero- unos ocho granaderos, con escudo anti motines, casco y todo, estaban en algún tipo de formación táctica, con una rodilla apoyada en el piso.

Al ser Gaviota el primero entrar, un granadero le da un pinche toletazo en la cabeza y con sus brazos en una especie de llave china le corta el aire y lo arrastra fuera de esa habitación,  para que los otros no se dieran cuenta de lo que estaba pasando adentro.

Al siguiente en subir le repitieron la dosis y terminó “ahorcado” por su propio granadero en la misma habitación que Gaviota; fue el Toñito. El Rambo no llegó nunca a este cuarto porque después se supo que le apuntaron con una pistola para que, fingiendo que no pasaba, nada le ayudara a subir a Don Ojo” Los tenían re-vigilados, los culeros.

Una vez estando los cuatro sometidos y doblados en número por los “puercos”, haciendo lo que se dice «una gran entrada», baja por la escalera el gringo (el mismo del que le había contado Don Ojo a Gaviota).

No dijo nada, básicamente con un código de miradas entre él y el puerco de mayor envergadura, éstos (los puercos) los sacaron a la calle, esta vez por el portón principal de la casa. Ya afuera aguardaban dos camionetas Suburban de la policía del Distrito Federal. A los cuatro vándalos los subieron en la parte trasera de una, en ese espacio que está destinado a ser usado como cajuela, con ellos subieron dos granaderos, al frente iba manejando uno con su respectivo copiloto.

En la segunda Suburban se subieron enfrente un granadero, el que iba a manejar, y el gringo, en el asiento de atrás iban los otros tres granaderos. A pesar de ser de día no había muchos mirones, esa calle es muy tranquila hasta la fecha, además no era noticia de ocho columnas que detuvieran a unos vagos que invadían una casa para hacer desmadre, creo que ni siquiera sería tema de conversación en la cena de quienes lo presenciaron.

En cuanto se encendió el motor de la camioneta los dos granaderos que se subieron atrás con ellos les  vendaron los ojos, hasta para  algo tan sencillo deben de recibir algún tipo de adiestramiento porque no veían ni madre después del vendaje. Como estaban recién vendados, aún no perdían por completo el sentido de orientación y pudieron darse cuenta que la camioneta giró a la izquierda sobre Insurgentes, parecían llevar prisa… eso y que a esos cabrones nadie les dice nada si van hechos la chingada.

8.

Lo que pasó dentro de la camioneta es algo muy difícil de describir, ninguno de los “abducidos” pudo narrar con soltura y claridad mental aquellos sucesos que iban de lo vulgar a lo surrealista, lo que a todas luces intentó ser una tortura, por momentos tomó tintes de ritual de iniciación a alguna secta, en fin, la Suburban iba por Insurgentes rumbo al sur de la ciudad.

Todos tenían los ojos vendados, y no se podría decir a ciencia cierta a quién, en que momento o que tipo de putazo recibía cada uno, suponían cosas por los pujidos, en los cuales podían identificar de quien provenían, aprendieron también a distinguir cual es el sonido de un tolete cuando golpea un cráneo, algo así como “toc” en un tono grave, tal vez en DO, pero con eco, más allá de ello, la manera en que cada uno lo procesó en su mente es lo que da forma a esta narración.

La Suburban, como decíamos,  sigue sin desviarse y avanza rumbo al sur a alta velocidad, o al menos con los ojos vendados sentían que era en chinga, no tienen intención de desorientarlos o confundirlos sobre el destino que llevan, sienten como con una gran dificultad uno de los granaderos se coloca exactamente detrás de Gaviota.

Quien se haya subido a una Suburban modelo 94 sabrá que esa parte trasera de la que les hablo es bastante amplia. El susodicho granadero entrelaza sus dedos en el pelo de Gaviota, que no era precisamente corto, y lo sujeta con firmeza sin llegar a lastimarlo.

-¿Qué tal maneja el comandante?

-Bien

La mano que sujetaba su pelo ahora sí comienza a jalarlo en círculos como si intentara arrancarlo de su cabeza (años después supo que a este castigo se le dice “la licuadora”).

«¡No mames, culero! El comandante maneja de la verga, ni sabe», dijo el puerco mientras soltaba una carcajada.

No se qué tipo de diálogos tenían sus compañeros de infortunio con el otro granadero, pero se escuchaban claramente los toletazos continuos en sus respectivas cabezas y los pujidos ahogados, porque habían sido amenazados que si andaban de “putitos”, llorones, les iba a ir peor.

-¿Qué tal maneja el comandante?

-Mal

Se frena súbitamente la camioneta, que para este momento era claro que ya transitaba en alguna zona rural, se escucha un portazo seguido de unos pasos, se abre la puerta trasera de la camioneta y  Gaviota recibe un puñetazo en la cara.

-¿Qué dijistes hijo de tu puta madre? ¡A mí no me faltes al respeto o me voy a refinar a tu jefa, putito, pinche fresita de cagada!

-¿Qué tal maneja el comandante?

-Bien

Mano entrelazada en el pelo, movimientos circulares por unos minutos hasta que paraba. Gaviota había decidido que entre el putazo en la cara del comandante y «la licuadora», prefería la licuadora porque se le dormía el cuero cabelludo y le causaba menos dolor.

-¿Qué tal maneja el comandante?

-Bien

Mano al pelo, giros vertiginosos por minutos hasta que cesaban.

-¿Cómo la ven con ese hijo de su pinche madre, no entiende que el comandante no sabe manejar? ¡De seguro está mongol!

Se carcajean los cuatro granaderos. Don Ojo no aguantó el castigo y estaba llorando, su torturador consideró que puteándolo más iba a guardar silencio.

La camioneta no para de avanzar, abandonaron la carretera y ahora iban en alguna brecha. Se detienen, se escucha que llega la segunda Suburban y que de ambos vehículos se bajan todos los tripulantes, excepto los cuatro jóvenes levantados en la casa de la Roma, claro. Alguien abre la portezuela de la cajuela y con acento gringo, El gringo (ad obvium) dice «¡Ese!» señalando a Gaviota.

Continuará…

*Los nombres y algunas circunstancias fueron modificadas para proteger la identidad y privacidad de los involucrados
**Las ideas contenidas en este texto son responsabilidad de su autor y no reflejan la postura de News Report MX

Gabriel Zamora Paz (@DrGabboes Psicólogo por la UABC, Maestro en epistemología y doctor en Psicoanálisis Lacaniano.

Gabriel Zamora Paz

Cuenta con 20 años dedicado a la actividad clínica como psicoterapeuta primero, cómo psicoanalista desde hace 6 años y trabajó 6 años como académico en la UPN.

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