Historias de Histeria en la posmodernidad | Año 1994. La casa de la Roma (El gran final y el gol)
¿Qué es la vida si no disfrutar de los momentos? El Gaviota lo sabe, por eso es capaz de ser feliz mientras ve el futbol y se toma una caguama a pesar de haber estado cerca de morir torturado horas antes del partido
En la neurosis se sufre de más para sostener al otro, lo cual no sirve ni al uno, ni al otro.
Jacques Lacán.
Año 1994. La casa de la Roma (El gran final y el gol)
(Aquí puedes leer la primera, segunda y tercera parte)
9.
Un granadero baja a Gaviota de la camioneta, le quita la venda de los ojos, están en medio de un bosque, las dos camionetas están de frente con los faros encendidos para tener visibilidad, así que ya sin venda Gaviota queda a la mitad de esta pequeña arena improvisada y el puto gringo le dice a dos puercos que lo sujeten.
Cada uno le extiende los brazos, digamos en posición de crucifixión y hacen lo mismo con sus piernas. Queda de pie, formando una especie de X humana. El gringo le da un putazo por acá, otro putazo por allá, una patada por acá, otra patada por allá.
No sabría decir si era por la adrenalina o simplemente porque el gringo era un mequetrefe, pero la neta es que sus putazos no le hacían daño; sin embargo, él reaccionaba como si le estuviera pegando el mismísimo Roberto “manos de piedra” Durán.
Mientras esto sucedía, el resto de la palomilla estaba aún dentro de la camioneta, con los ojos aún vendados, escuchando aquel performance de dolor incontenible, imaginándose lo peor.
En determinado momento el Gringo le dice a los puercos, “bájenle los pantalones”.
«¡Me lleva la chingada!», pensó Gaviota.
En un santiamén tenía los pantalones hasta los tobillos y estaba sujetado por dos granaderos, recostado en la tierra, boca arriba, cuando aparece el gringo con una vela desde donde la veía Gaviota, enorme. El gringo se hinca frente a él, inclina la vela encendida y comienza a verter la cera caliente sobre su pene.
El castigo fue doloroso pero sólo al inicio, porque la cera que cayó al principio se solidificó y creó una capa que lo protegía de la que caía enseguida. Repito, no sabría decir si era la adrenalina o el gringo era un mequetrefe de talla mundial.
El cabrón se tomó el tiempo de derretir toda la vela, según el testimonio de Gaviota, no era pequeña en absoluto, ¿cuánto tiempo pasaría?, ¿dos horas?, ¿media hora?, ¡sepa la chingada!
“Súbete los pantalones”, ordenó el gringo.
Creo que no lo he mencionado, pero más que matón, el gringo se parecía un poco a Winnie Pooh; en fin, el caso es que ya con los pantalones puestos, el gringo le dice a los puercos que lo hinquen y que lo agarren. El gringo va a la camioneta y vuelve con una pistola en la mano, la coloca en su sien.
El cliché “pre-mórtem” dice que uno ve pasar su vida en unos segundos, no sé si es porque Gaviota tenía dieciséis años y tampoco había muchas cosas que ver en esos segundos, o porque es una mamada que la gente da por cierta, pero su único pensamiento en ese momento en el que sentía el cañón de la pistola en su sien fue: ¡Verga, mañana juega México contra Irlanda y ya no lo voy a poder ver!
Escucha la detonación, cae al suelo, se pregunto si está muerto (¡es una pregunta válida, no mamen!), después de unos segundos concluye que todo esto se trataba de darles un susto.
Un granadero le dice, “si haces ruido, ahora si te mato”, no tenía intención de hacer ruido, así que todo bien.
El resto de los chavos sí pensaban que ya lo habían matado, así que la angustia que vivieron fue mayor. A cada uno le repitieron la misma receta: putazos, vela, balazo. El segundo pensaba que Gaviota estaba muerto y su nivel de terror era mayor. El tercero pensaba que Gaviota y el segundo estaban muertos y por tanto sufrió aún mas. Ya el cuarto, que por azar fue Don Ojo, quien ya había llorado desde los macanazos de la camioneta, estaba roto. Gaviota pensó que se iba a morir pero de un infarto.
Después de unos minutos se escuchan unos portazos que indicaban que sus torturadores se estaban subiendo a sus vehículos, encienden motores y se empiezan a alejar. Gaviota sabe que todos están vivos, empieza a llamarlos.
-¡Don Ojo, Toñito, Rambo!, ¿están bien?
-Chinga tu madre. ¡Bien, pero puteados!
10.
Cayeron en cuenta que los habían dejado sin zapatos, según su sentido de orientación estaban en algún lugar del Ajusco y tenían que volver de alguna manera. Empresa difícil porque entre lo madreados, lo sucios y lo asustados iba a ser complicado establecer contacto con algún otro ser humano sin que pensara que lo querían por lo menos asaltar.
El silencio de la noche les permitió identificar el paso de un coche y por tanto darse una idea de hacia dónde estaba la carretera, tardaron unos treinta minutos en llegar hacia allá. Algo los hace pensar que no era tan inusitado que la policía fuera a madrear gente a aquel paraje del Ajusco por que para ser sincero no tardaron más de treinta minutos en que un hombre les permitiera subir a la batea de su Pick up y dejarlos en insurgentes y periférico.
No estaba lejana la hora del amanecer y una señora que ya había instalado su puesto de tamales les regaló unas guajolotas, unos atoles y unos pesos para el camión que ya estaba en horario de servicio.
El Ruta 100 les hizo la parada y se bajaron en Puebla e Insurgentes, caminaron hacia el parque del David y se tiraron. Mejor dicho, se derrumbaron sobre el pasto, exhaustos, al menos ya en su terreno, ya en su barrio, en lo más cercano que sentían a una casa.
Un valedor que cuidaba un estacionamiento en Colima y Orizaba, que por las noches funcionaba cómo pensión le hacía el favor a Gaviota de guardar una bolsa con sus pocas pertenencias, básicamente ropa. Le prestó la manguera y jabón en polvo para darse un baño y se puso ropa limpia, no por nada era del ala de los “malvivientes fresas”. Caminó hacia los huaraches, esta vez se comió dos, además de la guajolota que se comió mas temprano, desde ahí tiene claro que las torturas dan mucha hambre.
-¡El juego!, ¡su pinche madre ya empezó!
Gaviota se apresuró él solo al Oxxo de Jalapa y Durango, tal y como lo pensó, estaban viendo el juego.
-¡Ese mi Ayax!
-¡No mames Gaviota!, ¿quién te rompió la madre?
-Un pendejo, luego te cuento.
Roba el balón Claudio Suárez, se la pasa en corto a Luis García quien se la deja a Ambriz, éste la abre para el Beto, el Beto se la pasa a Marcelino Bernal, Bernal le da un pasecito a Hermosillo, quién la retrasa para Luis García, Luis se perfila, la cruza rasa al ángulo inferior derecho.
¡Goooooooooooooooooool!, ¡Goooooooooooooool!
Gaviota camina hacia el Ayax, el Ayax camina hacia él, se abrazan, brincan, gritan el gol. En la colonia Roma desde las casas escapan los gritos jubilosos, los alaridos estruendosos que festejan el pirulo de García a los Irlandeses.
-¡A huevo! ¡nos la pelan!
-¿una cagua, Gaviota?
-Chiflido de aprobación.
Gaviota pudo morir horas antes, a sus diecisiete años, ahora bebía una cerveza, veía el futbol y era feliz, más tarde iría al parque en la noche a la glorieta.
*Los nombres y algunas circunstancias fueron modificadas para proteger la identidad y privacidad de los involucrados
**Las ideas contenidas en este texto son responsabilidad de su autor y no reflejan la postura de News Report MX
Gabriel Zamora Paz (@DrGabbo) es Psicólogo por la UABC, Maestro en epistemología y doctor en Psicoanálisis Lacaniano.
Cuenta con 20 años dedicado a la actividad clínica como psicoterapeuta primero, cómo psicoanalista desde hace 6 años y trabajó 6 años como académico en la UPN.