OPINIÓN | El discurso, la acción en la política y el comportamiento de los votantes
Si se quieren resultados distintos, lo lógico sería dejar de respaldar aquellos que no cumplen lo que ofrecen… lamentablemente, muchos de los electores dan su voto impulsados por simpatías y fantasías
AUTOR: OMAR JESÚS GÓMEZ GRATEROL
Por el afán de ganar el poder, casi todos los actores políticos que desean acceder a una administración o ganar alguna cuota de influencia en la población, tratan de ajustar sus discursos a lo que perciben que quiere “oír” la mayoría.
Y no hablamos en esta ocasión de “escuchar” pues este término implica también un acto de asimilación y reflexión acerca del contenido de lo que se está percibiendo por parte del receptor. De manera que quien oye puede resultar un ente pasivo que recibe mensajes, sin procesar lo implícito en los mismos, en tanto que quien escucha suele ser activo porque, interpretando lo que se le dice, saca conclusiones y actúa en consecuencia. Estos últimos son los más temidos y despreciados por los “politiqueros” de oficio, más no parecieran ser la mayoría en la ciudadanía.
En casi todos los discursos públicos de esta época es común encontrar términos y frases ampulosas y rimbombantes como: democracia, diálogo, legitimidad, legalidad, inclusión, libertad, equidad, justicia, igualdad, genero, ecología, multipolaridad, libertad de pensamiento, libertad de expresión y otra serie de vocablos que resultan de buena acogida entre los destinatarios de dichos mensajes.
Lamentablemente, en la mayoría de los casos solo se trata de palabras vacías o sonidos sin compromisos por parte de los emisores pues parece ser una verdad que “de lo que más se habla es de lo que más se carece”.
Realmente son alocuciones que emocionan y conmueven a las masas, y/o al ciudadano promedio por ofrecer un porvenir cuasi perfecto, o a lo menos, que se ajuste a lo que el seguidor crea que debe ser su entorno. Son recitados con tanta vehemencia y elocuencia que calan hasta en el alma misma de sus oyentes. Pero otro refrán también reza que “del dicho al hecho hay un buen trecho” y con esta realidad se encuentran constantemente los votantes cuando el comportamiento -así como las acciones- de los dirigentes que han elegido los golpean en sus expectativas.
Llama la atención que los gobiernos que dicen abrazar y dar cabida a “todos”, y emplean mayormente el vocabulario ya referido, son los que más encarcelan a la población que disiente de ellos, además de ser los que más persiguen, multan y cierran a los medios de comunicación que los adversan o no comparten sus ideologías.
No se puede pasar por alto promociones de partidos políticos que hacen alusión al “fin de abusos” y son los que tienen las estrategias propagandistas más costosas y abundantes en relación a las otras organizaciones de su mismo talante que se supone deben competir en igualdad de condiciones para garantizar contiendas democráticas transparentes. Las acciones siempre terminan haciendo más ruido que las palabras y si las primeras no reflejan a las segundas es un evidente divorcio entre las unas y las otras. Parece una perogrullada pero es la realidad.
Con lo señalado no se quiere sugerir que, en el ejercicio del mando, los agentes involucrados en dichos circuitos no puedan modificar parte de sus posturas, ajustarlas o postergarlas. No todo el tiempo le es posible a los mandatarios desarrollar sus propuestas de gobierno o planes nacionales a cabalidad puesto que se encuentran con resistencias.
Pueden ser afectados por lo que acontece tanto a lo interno como a lo externo de sus administraciones, por eventos naturales, por prácticas culturales arraigadas en la población o por diversas variables que de alguna manera limitan su accionar, entre otros factores. Pero cuando radicalmente se apartan de lo que prometieron, la ciudadanía debe estar atenta y accionar en la medida de sus posibilidades.
La ventaja de poner a alguien en el poder es que permite observar realmente como es el político, pues allí muestra cuál es su verdadera personalidad y sus auténticas motivaciones.
Ahora que se aproximan elecciones Estatales y Municipales en México, los mexicanos ya han tenido la oportunidad de contemplar como son en verdad muchos de esos candidatos y candidatas que seguramente vendieron una imagen distinta de cuando se postulaban por primera vez para los cargos que ocuparon. De manera que ya hay un conocimiento acerca de quiénes tienen tendencias democráticas y desarrollistas; en tanto que, también se puede percibir aquellos personajes con inclinaciones autoritarias o dictatoriales.
Asimismo, y siguiendo en el curso de la sabiduría popular, pueden determinar propensiones a futuro advirtiendo con quienes se juntan pues no en vano se dice: “dime con quién andas y te diré quién eres”. Esto incluye tanto a los miembros de partidos de vieja data como a los de más reciente existencia o conformación.
El filósofo presocrático Anaxágoras de Clazómena afirmaba: “Si me engañas una vez, tuya es la culpa, si me engañas dos, es mía”.
De manera, que si a una persona la engañan una vez, quizás sea por culpa del otro individuo, por su habilidad o destreza para vender algo falso como verdadero. Si le mienten por segunda vez, tal vez sea porque peca de ingenua. No obstante, si la engañan tres, cuatro y hasta más veces, la culpa es de ella por dejarse embaucar por alocuciones ampulosas y fascinantes.
Sabios de todas las culturas y en todos los tiempos han advertido acerca de prestar atención a lo que la gente hace y no a lo que dice, pero parece ser un empeño de muchos seres humanos en seguir tropezándose con las mismas piedras multitud de veces.
El gran científico Albert Einstein decía: “Una locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”.
Por lo tanto, si se persiguen efectos distintos en el país lo lógico sería dejar de respaldar aquellos que no cumplen lo que ofrecen y apoyar a los que son elocuentes en sus palabras y acciones. Lamentablemente, en muchos casos las elecciones no se hacen por evaluaciones conscientes y racionales, sino impulsados por simpatías y fantasías, que ahorran a los electores lidiar con la dura realidad aunque tarde o temprano terminen haciéndolo -incluso pagando un precio más caro de lo que se pudieron ahorrar.