17 de diciembre de 2024

Historias de histeria en la posmodernidad | Año 1994 (La casa de La Roma)

Don Ojo y El Gaviota eran dos sujetos que dependían de talonear para poder pasar una noche bajo techo; agarraban la fiesta en la Glorieta de Insurgentes, pero su vida cambió gracias a un afortunado descubrimiento

Año 1994

Año 1994

A veces la gente no quiere escuchar la verdad por que no quiere que sus ilusiones sean destruidas.

Frederich Nietzsche 

 

Año 1994 (La casa de La Roma) Los planteamientos

1

Caía la tarde en la glorieta del Metro Insurgentes, era la hora del “talón”, había que sacar pa’l hotel, para las tortas y para las caguamas.

«¿Cuánto llevas?», preguntó El Rambo. «Noventa pesos, ¡ya la hice!», respondió El Gaviota.

Su ritual consistía en empezar a hacer viajes al Oxxo situado en la esquina de las calles de Jalapa y Durango en la colonia Roma de la hoy CDMX, en ese entonces Distrito Federal, a comprar caguamas. “El Ayax”, uno de los encargados de los dos turnos del Oxxo, era su cuate y les guardaba las caguamas más heladas en un rincón del refrigerador.

Los veía entrar y sacaba las respectivas chelas de su escondite y  las vaciaba cada una en una bolsa de plástico, les hacía un nudo y les ensartaba un popote. Volvían a la glorieta a sentarse en unas jardineras que había por toda la explanada, pero justo en unas que estaban enfrente de un lugar llamado La Casa del Canto Vivo, en donde desde que los oficinistas salían de trabajar, hasta entrada la madrugada escapaban acordes de rock, animando su tertulia desenfrenada.

La historia trata de unos adolescentes en situación de calle autoinflingida por decirlo de alguna manera, la mayoría (no todos) tenían casa, familia que mucho o poco, los amaban y los extrañaban; en resumen, estaban ahí por el desmadre, por las chavas, por el alcohol y por las drogas.

La mayoría de las veces juntaban dinero suficiente para ir a un hotel que costaba treinta pesos la noche, en la Santa Maria la Ribera, llamado Hotel Corea, así con ce. Otras veces, cuando la peda y el atasque les ganaba, se quedaban a pernoctar en el parque de la plaza Río de Janeiro al que por razones obvias llamaban «del David».

Volviendo a lo del ritual, conforme avanzaba la tarde empezaba a bajar la banda, la de verdad, la proletaria, la de Neza, la de Ecatepunk, la de Indios Verdes, salían de trabajar y ¡a la glorieta!, a echar desmadre, a chupar, a grifear, a oír rock. La banda sacaba sus pachitas de Tonayán, las mezclaban con refresco, en aquella época, antes de los envases PET, todo mundo traía bebidas en bolsas de plástico, así que en realidad no llamaban la atención y nadie se las hacía de pedo.

Saludar a los cuates, ir por mas caguas, “quemarle las patas al chamuco”, ya drogados abordar a los transeúntes para pedirles cinco pesitos, ir al Oxxo. Los lúmpen inhalaban limpiador de PVC, “activo”, pues. Se rolaban las monas, otros güeyes, los “gotinosos”, se metían Refractyl Ofteno por la nariz y otros todavía más descompuestos se las inyectaban.

De tal manera que antes de la media noche toda la distinguida concurrencia andaba bien babosa. Los que usaban Ruta 100 subían a Insurgentes y los que usaban metro bajaban a la estación, cada quien a su respectivo gueto, a su favela, a la periferia.

Los otros se quedaban en la Roma si es que la fiesta convertía en una empresa titánica moverse a la Santa María, se llevaban lo que les quedaba para ponerse más idiotas, y el dinero que no invertirían en pasar la noche en el Corea, sería gastado sabiamente en la vinatería “El siempre abierto” de la calle Puebla.

Por alguna razón, “El Tata” tenía una extraña fascinación por tomar Anís del Mico con un chingo de hielos, entonces había que ir además al Mc. Donald’s de Génova por vasos llenos de hielo. Ahora sí, ¡todos al parque del David!, a esa hora era suyo.

Ya in situ, comenzaba a llegar otra fauna nocturna interesante, los chavos de la Roma que irónicamente les llamaban a ellos “los romanos”, estos chavos andaban en lo mismo que ellos, en el desmadre, sólo que con más recursos, mejores “garras”, mejores drogas, mejor alcohol, así que la peda se prologaba hasta casi el amanecer.

2

Sobre Insurgentes, afuera de la glorieta, dirección norte-sur, había un puesto de huaraches con huevo y juguito de naranja; mientras El Gaviota hacía la fila, le dice El Don Ojo:

“Hay una casa chida en Pomona esquina con Durango, está abandonada y los cuida coches son banda, dicen que nunca llega nadie, ¡hay que meternos a ver que pedo!”

Caminaron un par de cuadras, con señas saludaron a los cuida coches y empezaron a buscar algún lugar para meterse. El portón medía como tres metros y no tenía puntos de apoyo, las ventanas laterales, que estaban sobre Pomona, estaban como a dos metros del suelo, o sea que con que se apoyaran en la mano del otro haciendo “cunita” no representaba el menor problema, excepto que estaban cerradas.

El cabrón del Don Ojo que contaba con un ingreso al Reclusorio Norte -y cuya razón se reservaba- le pidió a su secuaz que le ayudara con la mano y con una cuña le dio en la madre a una persiana exterior de madera, después al vidrio que cubría dicha persiana, ahora sí pa’adentro.

El primer cuarto que vieron, justo por el que entraron, tenía piso de madera, techos altos, de unos tres metros, salieron de éste y en la misma planta había tres habitaciones más con similares proporciones, en medio un hall con una escalera al final, en este espacio en particular había 5 metros de altura hasta el techo.

En fin que era una pinche casota, sótanos, cuartos en los sótanos, seguro eran almacenes, azotea inmensa, baños, agua corriente. “Don Ojo” y  “El Gaviota” se miraron con complicidad, no es que pensaran en otra cosa mas allá del desmadre que iban poder echar ahí; sin embargo, estaría chido dormir bajo techo en lugar de tener que hacerlo en el pinche pasto del parque, bañarse diario, esas cosas que hace la gente que no es indigente.

Se salieron con cuidado de que no los viera nadie, “échanos un dieciocho” (en su “slang” significaba una petición de vigilancia), le pidieron a un “valedor” que iba pasando y después de bajar, Don Ojo dejó la persiana exterior como si no le hubiera dado en la madre, aunque sí le dio.

Esa sería su entrada de ahora en adelante.

*Los nombres y algunas circunstancias fueron modificadas para proteger la identidad y privacidad de los involucrados
**Las ideas contenidas en este texto son responsabilidad de su autor y no reflejan la postura de News Report MX

Gabriel Zamora Paz (@DrGabboes Psicólogo por la UABC, Maestro en epistemología y doctor en Psicoanálisis Lacaniano.

Gabriel Zamora Paz

Cuenta con 20 años dedicado a la actividad clínica como psicoterapeuta primero, cómo psicoanalista desde hace 6 años y trabajó 6 años como académico en la UPN.

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