19 de abril de 2024

OPINIÓN | Ansiedad, la palabra más googleada en la pandemia (Parte 3)

Gerardo parecía tenerlo todo, pero su abundancia sólo escondía un complejo que terminó por transformarse en ansiedad gracias a los cambios que la pandemia provocó

ansiedad gerardo y mariana

Foto: Entrepreneur

Hemos iniciado, estimado lector, una conversación desde hace dos semanas, que surge por un hecho casi fortuito, pero con una gran trascendencia para el momento histórico que estamos viviendo. Lo fortuito es el hecho de estar vuelto uno con el sofá de su humilde casa, celular en mano, dándole scroll down al feed de google y haberme encontrado con el artículo que hablaba sobre un estudio de la Universidad John Hopkins, el cual revela que durante el período de pandemia la palabra mas buscada en Google ha sido «ansiedad».

Lo trascendente, por supuesto, no consiste en que un servidor esté derretido en un sillón con el celular en la mano; lo relevante es que la búsqueda ha popularizado por un lado la difusión de la información de un trastorno que antes de la pandemia, las personas que nos dedicamos a trabajar en la salud mental sabíamos que era una epidemia hace mas de diez años, pero por otro lado preocupa el hecho que la incidencia de dicho trastorno haya aumentado por el “evento” que atravesamos.

Alguna vez escribí que la locura nos viene pisando los talones a lo largo de la vida y que muchas veces nos alcanza, que es el patetismo lo que a veces nos hace cobrar consciencia de que algo anda muy mal en nuestra cabeza.

Heidegger escribió que la muerte puede ser irónica, tragicómica o patética, si lo parafraseamos podríamos decir lo mismo de la locura, nos vuelve seres patéticos, entonces ¿de qué huimos los seres humanos, de la locura ó del patetismo?

Mi humilde opinión es que de lo segundo, porque volviendo al punto anterior , a lo largo de la vida siempre estamos en una cuerda floja entre la lucidez y la inestabilidad.

Bajo esta lógica platicamos sobre los casos de la señora Ana María y de Carlos y Camila, para los que me lo han preguntado, la respuesta es NO, no son su nombres reales, y me he tomado la licencia de modificar algunos detalles para proteger la identidad de los involucrados, así que podríamos decir que cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia. O no. Usted decida.

Gerardo, de 46 años, es lo que se conoce como un broker de seguros, es un hombre sumamente ocupado, citas por acá, desayunos por allá, comidas en el otro extremo de la ciudad, es el clásico ejecutivo de traje fino, auto de lujo, que no suelta un solo minuto el teléfono, siempre esta operando algún negocio, siempre tiene prisa.

Gerardo está casado con Mariana, de 39 años, que es la encargada del área de relaciones públicas de una empresa de publicidad ubicada en la calle de Horacio en la colonia Polanco. El trabajo de Mariana pasa por lo social la mayor parte del tiempo; organizar cenas, cócteles, incluso viajes o cualquier actividad que permita “ablandar”a los futuros clientes de su empresa.

El cuadro es el siguiente: la pareja vive en Toluca, trabajan en la CDMX, ella en Polanco y él en La Florida (Álvaro Obregón), no hace falta ser Freud para suponer  que un hombre que usa trajes de quince mil pesos, relojes de cincuenta mil, tiene un coche de un millón de pesos, estará compensando algún “complejito” por ahí.

A pesar de tener un ritmo de trabajo insostenible, lo que verdaderamente desquicia a Gerardo es que su esposa ande de fiesta en fiesta, seduciendo de alguna manera, agradando, encantando a diferentes grupos de personas todo el año.

Durante años ha intentado imponerle un horario de llegada, fracasando rotundamente, Mariana no es ni de cerca una mujer que acepte que su esposo le imponga cosa alguna.

La situación es clara, “no voy a dejar mi empleo ni a modificar mis responsabilidades profesionales, si es mucho para ti, pues deberías buscar otra mujer”, así tal cual, sin matices.

Llega la pandemia de la COVID-19 y ambos simultáneamente se confinan y empiezan a trabajar lo que pueden desde casa, lo económico no les preocupa, tiene un buen respaldo para afrontar esta situación, cualquiera pensaría que el sueño de Gerardo se ha hecho realidad, tendría a Mariana todo el día en casa, así como dijo “el clásico”, le cayó como anillo al dedo.

Lo que nunca tomó en cuenta Gerardo es que la aprehensión, cuando se trata de un síntoma clínico, no se quita cuando se modifica la situación que la motivaba, la mente encontrará otra manera de permanecer insatisfecha y aprehensiva.

Les narraba que Gerardo estaba operando negocios todo el día vía teléfono y vía reuniones, ahora se la pasaba en videollamadas hora tras hora a lo largo del día y le carcomía el cerebro no saber con quién estaba haciendo lo mismo Mariana, ¿por que hoy se arregló mas que ayer?, ¿porqué su vestido tiene un escote?

Estimado lector, trate de pensar en que esto que les cuento sucedía en la primer semana, imagine usted en la semana número doce. Gerardo perdía el control; sin embargo, se veía en la necesidad de recomponerse rápido por que Mariana no es de las que aguanta tonterías, así que se limitaba a hacer algún comentario pasivo, agresivo.

“Uy que arregladita andamos hoy, ¿no?; ¡seguro tenemos cliente guapo!”

Bastaba una mirada de Mariana para que Gerardo se callara, pero en estos asuntos de la mente, lo que no se expresa, la propia mente va encontrar alguna manera de ponerlo sobre la mesa. Primero fue la gastritis, después algunos tics.

Hasta ahí él lo achacaba a los nervios de que se le estaban viniendo abajo algunos tratos en sus negocios, es el estrés, decía. El idioma español está lleno de eufemismos que nos permiten enmascarar, evadir perfectamente el poder enunciar algún síntoma que puede ser indicador de determinado trastorno, digamos que si alguien presenta hipergulia, el idioma lo resuelve diciendo que es muy tragón. 

Hasta ahí todo aparentaba ser relativamente sobrellevadero, un omeprazol en la mañana, una ida al Costco para despejar la mente y no pensar en si Mariana hablaba con hombres «más hombres» que él… pero resulta que cierta mañana Gerardo despertó como si tuviera sarna, unas ronchas inmensas, resecas que abarcaban gran parte de la superficie de su cuerpo.

Gerardo corre al hospital a consulta en dermatología y el especialista después de examinarlo y hacerle “ciertas preguntas” relativas más al ámbito mental que de la salud física le diagnostica dermatitis nerviosa. Le indica que la ansiedad tiene muchos y muy variados síntomas y que él tiene una ansiedad de manual. Él no lo puede creer, el especialista le prescribe una pomada y lo canaliza a psiquiatría.

El psiquiatra lo escucha como por hora y media y le hace una receta de Alprazolam de 2mg (no es poca cosa) y le dice que se tome una en la noche y media en la mañana, pero que lo que necesita es iniciar de manera urgente un psicoanálisis, le da un par de recomendaciones para que elija entre ellos, ya que se aventará un par de añitos yendo un par de veces a la semana.

Incrédulo llega a casa y en el inmenso monitor de su Mac después de teclear en Google la palabra ansiedad, se despliegan cientos de resultados, revisa aproximadamente veinte y confirma que los dos especialistas y su propio cuerpo no lo habían timado, efectivamente, padecía ansiedad. 

Mariana encontró gracioso que algo tan obvio le pasara desapercibido a Gerardo y sobretodo que le creyera más a Google que a dos médicos que lo examinaron físicamente.


Gabriel Zamora Paz es Psicólogo por la UABC, Maestro en epistemología y doctor en Psicoanálisis Lacaniano.

Cuenta con 20 años dedicado a la actividad clínica como psicoterapeuta primero, cómo psicoanalista desde hace 6 años y trabajó 6 años como académico en la UPN.

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