Arabia Saudí, ¿el siguiente en los Acuerdos de Abraham?
La normalización de relaciones entre Riad y Tel Aviv, en la estela de los Acuerdos de Abraham, se ha convertido en la nueva prioridad de la Administración Biden en la región del Medio Oriente
“No ocurrirá como la última vez. Será un proceso largo y lento […], pero alguien estará aquí, y entonces lo celebraremos”, Yair Lapid
Apenas 24 horas. Ese fue el tiempo que tardó la historia en dar cuenta del complicado futuro diplomático que le esperaría, en adelante, al incipiente Estado de Israel del año 1948. Sin embargo, ahora, más de medio siglo después de la conocida como Guerra de Independencia de Israel, muy lejos parece haber quedado la rígida hostilidad del mundo árabe hacia el país hebreo.
La firma de la Convención de Camp David en 1979, con Egipto, así como del Tratado de Paz de Wadi Árabe en 1994, con Jordania –ambos negociados bajo los auspicios de los expresidentes estadounidenses Jimmy Carter y Bill Clinton, respectivamente –, no fueron más que un anticipo de lo que sucedería en 2020. Un año testigo de la masiva normalización de relaciones entre Israel y muchos países del mundo árabe.
“Israel es un país en la región… y está allí para quedarse”, declaraba, ya en 2019, el ministro de Relaciones Exteriores bahreiní, Khalid bin Ahmed al-Khalifa, para el diario ‘The Times of Israel’. Prueba de los cambios en ciernes dentro del Medio Oriente. Y así, menos de un año después, al igual que sucedió en 1994, un presidente de los Estados Unidos volvía a mediar para el reconocimiento del Estado de Israel como un sujeto del derecho internacional, ya no por parte de una, sino de cuatro potencias árabes.
Sudán, a cambio de su salida de la lista de “países que apoyan el terrorismo”; y Marruecos, Bahréin y Emiratos Árabes Unidos, en el marco de los Acuerdos de Abraham, normalizaron por completo sus relaciones con Israel previa negociación con Donald Trump.
Ahora, mientras trabaja por impulsar la colaboración entre sus aliados de Oriente Medio, Estados Unidos podría estar cerca de apuntarse un nuevo tanto diplomático. Varios medios de comunicación hebreos se han hecho eco de los nuevos esfuerzos de Tel Aviv, junto a Washington y otras potencias del Golfo, para la normalización de relaciones entre Israel y Arabia Saudí. “Creemos que sí que es posible tener un proceso de normalización con Arabia Saudí. Ya hemos dicho que este es el siguiente paso a los Acuerdos de Abraham, aunque hablamos de un proceso largo y lento”, dijo el ministro de Relaciones Exteriores hebreo, Yair Lapid, para ‘The Times of Israel’.
Unas declaraciones que parecen en sintonía con el informe del Canal 12 de Israel, que hacía pública la reciente visita de un alto funcionario de Tel Aviv a la capital saudí de Riad donde habrían discutido sus relaciones bilaterales y las cuestiones de seguridad regional que han amenazado el territorio durante los últimos años.
Sin embargo, la posible normalización de las relaciones entre Arabia Saudí e Israel se convierte en un puzle por resolver cuando atendemos a la complicada historia que, durante casi 70 años, ha caracterizado sus vínculos diplomáticos y políticos.
Y es que Riad, además jugar un papel clave en la política de la región por su liderazgo en organizaciones como el Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo, también es fundamental en materia religiosa. El rey saudí es considerado el Guardian de los Santos Lugares del islam. Algo que, casi inevitablemente, ha convertido al Reino en uno de los principales defensores del pueblo palestino en el conflicto palestino-israelí, cuestión determinante en sus relaciones con Tel Aviv.
No reconocimiento del Estado de Israel, no negociación con el Estado de Israel y un claro no a la paz con el país hebreo fueron los tres principios esenciales que acordaron los Estados árabes allá por 1967. Pero el tiempo no corre en vano, y los cambios de equilibrios en la región han terminado por templar las hostilidades de una gran parte de Oriente Medio hacia el nuevo Estado. Pragmatismo y adaptación estratégica a las nuevas realidades.
En este sentido, la propuesta del Plan Fahd en 1981, así como la Iniciativa de Paz Árabe de 2002 dan buena cuenta de la progresiva y pragmática moderación de la postura saudí hacia Tel Aviv a lo largo de las últimas décadas. Pese a que el país todavía mantiene su apoyo al pueblo palestino, los rumores de que Israel y Arabia Saudí cooperan de manera secreta en cuestiones regionales y de seguridad se han multiplicado desde 2019. Mientras, y de manera oficial, Riad ha continuado abriendo la puerta a posibles acercamientos con Tel Aviv al abrir su espacio aéreo a determinados vuelos israelíes, y al participar en ejercicios militares que involucraban a unidades hebreas.
De hecho, según parece, durante la gira por Oriente Medio del exsecretario de Estado de los Estados Unidos, Mike Pompeo, este y el que fuera primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, se encontraron con el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, en una reunión informal que ya dejaba entrever la mejora de las relaciones.
“La normalización (de las relaciones) en la región solo puede tener éxito si abordamos el problema de los palestinos y si somos capaces de lograr un Estado Palestino dentro de las fronteras de 1967 que les dé dignidad y les otorgue sus derechos”, sigue siendo, sin embargo, la postura oficial del país en palabras de Fisal bin Farhan, ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, en 2021.
Muchos y muy diversos han sido los factores que han llevado a Arabia Saudí a replantear su hoja de ruta en las relaciones con el Estado de Israel, porque muchos y muy diversos han sido los cambios que ha experimentado la región de Oriente Medio desde la llegada del siglo XXI.
Así, después de que la Guerra del Golfo de principios de siglo pusiera de manifiesto que países históricamente antagónicos –precisamente como Israel y Arabia Saudí – podían unirse en un mismo frente ante un enemigo común, la irrupción de Irán como fuerza desestabilizadora en la región terminó por consolidar esta dinámica. Y, tal como reza el famoso proverbio “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, la lucha conjunta contra la amenaza nuclear y expansionista de Teherán (que aspira a controlar la “Media Luna Chiita”), considerado ya como “la mayor amenaza” de Oriente Medio, estaría convirtiendo en “amigos” a Riad y Tel Aviv. Israel “es un potencial aliado estratégico” en la lucha contra Irán, ha reconocido ya, en más de una ocasión, Mohamed bin Salman.
Las islas Tirán y Sanafir, ubicadas estratégicamente en la entrada del Golfo de Áqaba, representan también un elemento clave en el futuro de las relaciones saudí-iraníes. A la espera de que un acuerdo sobre la presencia de observadores internacionales que asegure la libertad de navegación y que permita la cesión oficial de las islas a Riad –ahora bajo tutela egipcia –, Washington se esfuerza por mantenerse presente en estas negociaciones y apuntarse uno de los primeros tantos en Oriente Medio desde que Joe Biden llegara al poder.
A estas cuestiones se han sumado, de manera paralela, el fortalecimiento de los movimientos islamistas fundamentalistas, la inestabilidad causada por las revueltas árabes y la aparición de numerosos grupos terroristas yihadistas, como el Daesh, provocando que, si bien la cuestión palestina no ha sido aún olvidada, sí que ha quedado relegada a un papel secundario.
En este escenario, EE. UU., cuya influencia en la región se ha visto fuertemente socavada desde la llegada del demócrata Biden al despacho oval, se encuentra ahora redoblando sus esfuerzos por consolidarse de nuevo como un actor clave para Oriente Medio. Y es que, en contraposición con un Donald Trump que rompió el acuerdo nuclear con Irán, rival regional de Arabia Saudí, y que centró gran parte de sus esfuerzos diplomáticos en el territorio; la hoja de ruta de Joe Biden –más comprometido con la defensa de Ucrania y con la creación de un frente asiático para aislar a Xi Jinping– ha enfriado las relaciones de Washington con algunos de sus históricos socios, como Emiratos Árabes Unidos o Arabia Saudí.
El giro hacia Asia-Pacífico –donde Washington pretende contrarrestar el aumento del poder chino –, y, más concretamente, las críticas sobre el asesinato del periodista Jamal Khassogui en 2018, la imposición de restricciones para la venta de armas a Riad o la retirada de apoyo a las operaciones contra los hutíes en Yemen han abierto una brecha entre la casa real saudí y la Casa Blanca.
Por ello, la posible mediación estadounidense entre Arabia Saudí e Israel, tanto en lo que se refiere a las negociaciones de Tirán y Sanafir, como en la normalización oficial de sus relaciones, parece ser ahora la única baza de la Administración Biden para reafirmar su papel en Oriente Medio y acercarse de nuevo a Riad. Algo que varios observadores han criticado, alegando que el propósito saudí de reconocer y establecer plenas relaciones con Israel ya era definitivo, y que Washington solo pretende colgarse la medalla.
Mientras, el líder demócrata se encuentra preparando el terreno para su gira por Oriente Medio a finales de junio. Un viaje que incluirá la visita al Estado de Israel, así como el primer encuentro de Biden con el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, y del que se espera que trascienda un acercamiento en el ámbito petrolero y de seguridad energética.
Como si el rompecabezas histórico, diplomático y de intereses entre las tres potencias no fuese ya lo suficientemente enrevesado, los problemas energéticos y petroleros derivados de la invasión rusa en Ucrania juegan también un papel fundamental. Las desavenencias entre Washington y Riad con respecto a la producción de crudo han tensado, aun más, los lazos entre ambas potencias.
El aumento de los precios del petróleo tras el inicio del conflicto en el este de Europa llevó a la Administración Biden, así como a muchas otras potencias occidentales, a solicitar un aumento de la producción petrolera a los países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).
Finalmente, tras los debates y presiones, la OPEP+, que incluye a Rusia, acordó aumentar la producción de petróleo en un 50% para el mes de julio.
Con todo, la normalización en las relaciones saudí-israelíes, así como la influencia estadounidense en el proceso, parece ser un futuro cada vez más verosímil y realista. Los discretos acuerdos, a veces secretos, los encuentros entre líderes de unas y otras potencias y la relajación en el tono de los discursos parecen apuntar, casi inequívocamente, hacia la ampliación de los Acuerdos de Abraham.
De hecho –si se echa la vista atrás y se considera el cambio de las prioridades saudíes en la cuestión israelí –, la crítica a los líderes palestinos por su obstaculización de las negociaciones y por su rechazo a los Acuerdos de Abraham realizada por Bandar bin Sultan al-Saud, antiguo jefe de la inteligencia del Reino y exembajador en Washington ejemplifica claramente el cambio de postura de Riad.
Los planes de modernización del príncipe bin Salman suponen el proyecto ideal para enmarcar el acercamiento con Israel, pero, aunque estratégica y comercialmente la normalización de relaciones representa una importante oportunidad para ambos países (en materia de defensa, armamentística y de seguridad), lo cierto es que la decisión tendría rápidas respuestas dentro del propio reino saudí. Además de un destacable rechazo social –en la línea de lo que ya ocurrió en las poblaciones jordana, sudanesa o bahreiní –, el acuerdo despertaría también el descontento de parte de la propia familia real, y podría poner en entredicho la influencia religiosa del país como defensor de los valores musulmanes dentro del mundo árabe.
Así pues, queda ahora sobre la mesa la disyuntiva saudí de acercarse a Israel para frenar la influencia de Irán, reparar las relaciones con Estados Unidos y tomar relevancia en el panorama internacional occidental, o, por el contrario, mantener su papel dentro de Oriente Medio con la causa palestina como estandarte de su posición. Israel, por su parte, continuará paciente en su espera. “No ocurrirá como la última vez. No despertaremos un día y habrá un nuevo miembro” en los Acuerdos de Abraham. “Podría ser que hasta tres ministros de Exteriores pasen por el cargo” antes de que Riad y Tel Aviv normalicen sus relaciones, pero “alguien estará aquí, y entonces lo celebraremos”, sentenció Yair Lapid.
Coordinador de América: José Antonio Sierra.