OPINIÓN – Ansiedad, la palabra más googleada en la pandemia (Parte 1)
La señora Ana María tiene 55 años, es una burócrata del gobierno federal. Los últimos dos años han sido estresantes, por decir lo menos, laboralmente hablando.
La semana pasada me encontraba -como tantas otras tardes de este semiencierro ocasionado por la pandemia de la COVID-19– echado en el sofá de mi casa.
El cuadro es bastante ordinario a lo que ocurre en los hogares de las personas que buscamos salir lo menos posible, porque aunque ciertos anuncios de la autoridad sanitaria ya andan celebrando con bombo y platillo el antes y el después, la verdad es que basta con echarse un pequeño clavado a los datos duros para entender que está ocurriendo exactamente lo opuesto de lo que se propagandiza cada día en la “homilía” del Dr. López-Gatell.
Celular en mano, reviso el feed de Google, cuando un artículo de El Universal (25/8/2020) llamó mi atención al punto de no seguir haciendo scroll down; lo abrí, el título decía: Ansiedad, la palabra mas buscada durante la pandemia en Google. Tres millones de búsquedas según la Universidad Johns Hopkins.
La señora Ana María tiene 55 años, es una burócrata del gobierno federal. Los últimos dos años han sido estresantes, por decir lo menos, laboralmente hablando.
Entre los recortes masivos que se llevaron a cabo cuando entró la nueva administración y los constantes recortes que hacen prácticamente cada dos meses, provocan que tenga miedo siempre de que la despidan sin mas motivo que una decisión arbitraria.
Los terribles modales de la nueva clase política, en los que si un día cualquiera a su jefa se le ocurre pedirle por capricho que llegue a las siete de la mañana y se vaya a las nueve de la noche, lo hace, aunque no haga nada seis de esas catorce horas, porque no vaya a ser que por no hacerlo, le agarren “ojeriza”, así que al asunto de la pérdida total del control de su agenda personal, se vino a sumar un asunto de orden mundial: la pandemia. El control de “los nervios” cada día mas comprometido.
Al principio la información oficial era contradictoria con lo que cualquier persona normal con acceso a internet podría enterarse, la pandemia estaba poniéndose peor y peor y ella por ser empleada federal tenía que apegarse a los lineamientos del gobierno.
Dentro de las oficinas no había ningún tipo de medida. Ana María compró un kit bastante completo y con toda la pena del mundo usaba cubrebocas, careta adicional en el trasporte, siempre cargaba un gel y un lysol, y llegando a su casa se quitaba la ropa sucia de inmediato.
Pasaron un par de semanas de estar expuesta al contagio, antes de que la mandaran a trabajar a su casa, pero el daño ya estaba hecho, “los nervios” ya no estaban bien. Ella habita con sus dos hijos adultos jóvenes que por ser estudiantes comenzaron a estar en casa unas tres semanas antes que ella.
Digamos que el orden y la limpieza del departamento de Ana María comenzó a ser como cuando los hijos están de vacaciones escolares, se acumulaban los platos sucios; no es que no los lavaran, solo que cuando llegaba aún no lo hacían, un plato mal acomodado en la sala, unos vasos en el cuarto donde jugaban videojuegos.
Ana María despierta, se alista para la jornada laboral y desde que inicia el día empieza a regañar a los dos hijos, no les solicita tareas específicas, los critica, les dice que ella sí trabaja, que no es una huevona como ellos, que ella les da todo, que les da techo, comida, ropa, y los mantiene sobretodo a salvo del virus, que sin ella estarían muertos.
Los hijos no están tan seguros de lo último, pero el debate está fuera del repertorio si es que quieren evitar unos treinta minutos de gritos que terminen con la madre llorando un par de horas en su cuarto.
“Mi mamá está bien pinche histérica” , comenta el menor.
El asunto es que lo de enumerar lo que hace por ellos se convirtió en algo reiterativo, prácticamente de todos los días, incluso varias veces por día, y esto además escaló en una demanda absoluta de atención.
«Fulano, ¿qué vas a querer de comer hoy?»
Fulano se encontraba en la partida on line del juego de su vida, por primera vez iba a ganar un torneo de varias decenas de competidores, por lo que hizo un ademán con el que indicó que no le hablaran en ese momento.
Ana María, con un movimiento brusco, le arranca de la cabeza los audífonos, los lanza al piso y patea la consola de tal manera que la estrella contra la pared.
«Mira, hijo de la chingada, si yo te pido que me digas que quieres comer, dejas lo que estás haciendo y me atiendes, pendejo».
La mirada de su hijo habrá sido de enojo, que a la vez provocó que Ana María se enojara más y perdiera mas el control; toma la consola y abre la ventana, piso nueve del edificio, coge impulso y la lanza al vacío. Empieza a latir rápido su corazón, siente que le va a dar un infarto, la taquicardia no cesa, y terminan en un modesto consultorio de la propia colonia. Le toman signos vitales y todo está bien.
-¿Ha estado irritable?
-¿Cambios súbitos de estado de ánimo?
-¿Insomnio?
-¿Pensamientos fatalistas?
-¿Dificultad para respirar?
-¿Taquicardias?
-¿Dolor de estómago?
Ana María responde que si a todo; le prescriben un ansiolítico, media pastilla por la mañana y media por la noche.
Llega a casa desconcertada, abre la laptop, abre google, teclea: Ansiedad, síntomas.
Gabriel Zamora Paz es Psicólogo por la UABC, Maestro en epistemología y doctor en Psicoanálisis Lacaniano.
Cuenta con 20 años dedicado a la actividad clínica como psicoterapeuta primero, cómo psicoanalista desde hace 6 años y trabajó 6 años como académico en la UPN.
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