24 de marzo de 2024

OPINIÓN | Ansiedad, la palabra más googleada en la pandemia (Parte 8)

Cuando algo no anda bien con nuestra salud mental, el cerebro encontrará maneras cada vez más fuertes de manifestarlo… ¿qué tal una úlcera en alguien con problemas de agresividad y autocontrol?

ansiedad y agresividad

Foto: El País

Una vez más agradezco la oportunidad de poderle saludar, apreciado lector, mediante esta columna semanal; hemos intentado aproximarnos a través de narraciones muy específicas a los diferentes motivos que han llevado a las personas a convertirse en parte de la estadística mundial de personas que han buscado en Google qué es la ansiedad.

¿Por qué hacemos este ejercicio? Pensamos que por esta vía hacemos una pequeña contribución a que se difundan ciertos aspectos fundamentales en lo que respecta a la salud mental.

Si bien es cierto que es a partir del tema específico de la ansiedad, en realidad hemos tocado de forma tangencial otros trastornos que pueden o no estar asociados al Trastorno de Ansiedad, incluso la semana pasada citábamos un caso de alguien que no se quería quedar fuera de esta moda (estadísticamente hablando) y se inventó síntomas y toda la cosa.

Dentro del entramado social confluyen varios discursos en todas y cada una de las actividades humanas; lo que está bien para uno, está mal para el otro, y cosas que parecerían no tendrían por qué tener detractores, como las vacunas, resulta que los hay.

Hay hoy en día gente que dice que la tierra es plana; gente que afirma, por que así lo imagina, que estaríamos mejor si nunca hubiera pasado tal o cual suceso histórico, sin mas bases que una creencia individual o colectiva; en fin, que la posmodernidad nos da un relativismo tan falto de rigor, que prácticamente la opinión de cada persona se puede volver una verdad que será repetida hasta integrarse a algún discurso.

El caso de la salud mental no se escapa de diversas polémicas. Resulta interesante, por usar una palabra neutral, cómo ciertas personas han encontrado caminos “alternativos” para “preservar” su salud mental… otros pensaran que la están deteriorando, otros sólo observaremos y sacaremos nuestras particulares conclusiones, apoyados en el discurso que nutre nuestras ideas.

María Isabel es una mujer de 35 años, tiene algunos años laborando para una empresa que vende estrategias de crecimiento a otras empresas, con el paso del tiempo llegó a ser jefa del área de proyectos, esto significaba que si una empresa necesitaba un plan estratégico para -por ejemplo- expandirse, ella y su equipo de trabajo averiguaban las posibilidades que tenía dicha empresa, elaboraban un plan estratégico y ayudaban a la empresa a implementarlo.

Hasta aquí se puede decir que todo marcha en su vida relativamente bien, excepto por un pequeño detalle, ella se sabe que es muy agresiva.

Ha tenido “incidentes” públicos, ya en su vida adulta, de agarrarse a golpes en la calle con otras personas; en la universidad estuvo a punto de ser expulsada debido a que -por la disputa de un cajón de estacionamiento cualquier día de la semana- se bajó con una herramienta y comenzó a golpear el carro rival.

Tiene otra “anédocta” (acuérdense que somos buenos en encontrar eufemismos que enmascaren nuestros trastornos) en la que un, día que su papá estaba en el hospital, se equivocó de estacionamiento; como no le alzaron la pluma para dejarla pasar, descendió del auto y golpeó al guardia.

Una vez planteado este «detalle de carácter», veamos qué es lo que hizo María Isabel:

¿Ir al psiquiatra? No.
¿ir al psicoanalista? No.

Se metió a una clase de yoga y fue consumiendo cierta clase de espiritualidad que le permitía ser pasivo-agresiva, en lugar agresiva físicamente, así que desde cierto peldaño de superioridad moral se daba el lujo de juzgar básicamente a toda la civilización occidental, y como lo que tenía a la mano eran sus compañeros de trabajo, les dirigía su agresividad a ellos.

Públicamente declaraba que odiaba el fútbol, lógicamente porque había un par de “pamboleros” en la plantilla; no tenía ningún recato en “trapear el suelo” con la religión católica, principalmente cuando una de sus compañeras que asistía a grupos eclesiásticos se encontraba presente…

Sin embargo, bajo su propia perspectiva su salud mental estaba mejor que nunca; llegó a criticar a una de sus compañeras que empezó a tomar terapia después de que se separó de su pareja. Le aseguró que en la terapia solo la manipularían para decirle cosas que ella ya sabía, que era el problema de nuestra cultura, que somos mas bien flojos para reflexionar.

Llega la pandemia y por ahí de marzo hicieron un importante recorte de personal, y a los que dejaron les bajaron el sueldo a la mitad. La empresa -si sobrevivía- operaría solo los contratos que ya estaban funcionando, no habría nada nuevo, eso era seguro.

Cerraron las oficinas los empleado fueron enviados a hacer home office.

María Isabel era tan espiritual como alguien que tiene el último iPhone, un carro de último modelo y se vestía en almacenes como El Palacio de Hierro; vaya, no era justamente Diógenes de Sínope. El recorte de sueldo le vino a dar una sacudida a su “excelente salud mental” que ella tanto presumía.

Se reunió con su contador para reestructurar pagos de deudas, y los consejos que éste le dio le parecieron que lo hicieron merecedor de que le vaciara un vaso con agua en la cara; peleaba con los empleados de los supermercados; no usaba cubrebocas; a quién fuera que tuviera contacto con ella les decía que el SARS- COV-2 no existía.

Es un verdadero golpe de suerte que no haya sido viralizada en uno de sus tantos “incidentes” violentos que protagonizó en los meses que duró el semáforo en rojo.

En todo ese tiempo no perdió ni una sola sesión de yoga, incluso a veces tomaba dos. En sus redes sociales presumía sus avances. Cada día subía a Instagram una foto de ella de cabeza, con alguna frase espiritual

¿Qué pasaba entonces? Algo no estaba funcionando.

¿Será que el deporte o las actividades físicas no constituyen por sí mismas un tratamiento? Por lo visto, parece que no.

Para no hacer tan larga la historia, pasó lo que sucede con la falta de salud mental: siempre el cerebro encontrará las maneras cada vez más fuertes de hacernos saber que algo no anda bien.

María Isabel entró al mundo de la medicina y el psicoanálisis, tan occidentales, vía gastroenterólogo. Una úlcera reventó y cuando le hicieron la historia clínica acabó siendo derivada a servicios de salud mental.

Ella siempre supo que algo andaba mal con su autocontrol, y se inventó un placebo, así que en la cama del hospital aún resistiéndose a pensar que pudiera tener algo que mereciera un tratamiento serio y largo, consultó en Google lo que ella consideró iban a diagnosticarle.

Buscó «ansiedad» sólo para descartar que fuera el origen y fin de sus desasosiegos; ni hablar, tendría que buscar especialistas.

¿Cómo habría avanzado su trastorno si esa decisión la hubiese tomado -por ejemplo- el día del incidente en la universidad, o cuando se madreó al guardia del hospital?

Cerramos reiterando que buscamos contribuir a que la gente que siente algún malestar emocional, se haga atender. En el “peor” de los casos le van a decir que no tiene nada.

*Los nombres, algunos detalles y circunstancias fueron modificados para proteger la identidad y privacidad de los involucrados.

AQUÍ PUEDES LEER TODAS LAS ENTREGAS DE «ANSIEDAD, LA PALABRA MÁS GOOGLEADA EN LA PANDEMIA»


Gabriel Zamora Paz es Psicólogo por la UABC, Maestro en epistemología y doctor en Psicoanálisis Lacaniano.

Cuenta con 20 años dedicado a la actividad clínica como psicoterapeuta primero, cómo psicoanalista desde hace 6 años y trabajó 6 años como académico en la UPN.

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