23 de abril de 2024

OPINIÓN | Historias de histeria en la posmodernidad (Parte 1)

Rubén y Ruth formaban una familia a la que aparentemente no le faltaba nada… pero un complejo provocaba que los domingos terminaran con un arma de fuego en medio de algún pleito callejero

historias de histeria

Rubén Alcalá es un abogado exitoso, es el director de un despacho al que nunca le faltan asuntos importantes, tiene un equipo de varios abogados de buenas escuelas y han llevado asuntos de impacto mediático; el despacho es una propiedad que renta en Coyoacán, una casona vieja, amplia, en perfecto estado, con jardín, espacios para estacionarse, seguridad privada.

Está casado con Ruth Rescala, ambos están a la mitad de los cuarenta y tienen un hijo adolescente que estudia en un famoso colegio de la zona; viven en la Colonia Florida.

Ruth, por su parte, tiene la vida de ama de casa de clase media alta. Asiste con regularidad a un gimnasio de esos que ahora hay por toda la ciudad, con alberca, sauna, vapor, instructores personales, y son bastante exclusivos. Tiene su grupo de amigas en la misma situación que ella con las que se va de brunch, de compras, etcétera.

Ella proviene de una familia adinerada; si bien es cierto que vivía en una zona no residencial, su familia era propietaria de una fábrica de ropa, modesta, pero al fin y al cabo era un negocio que les dio a para darse la vida. Siempre ha dicho que Rubén es un gran proveedor, pero la situación de vida de él fue muy diferente.

Proviene de una familia humilde, padre alcohólico, que ejercía una masculinidad tóxica hacia su familia, compuesta por Rubén, su mamá y su hermano mayor. Hubo golpes a los hijos, a la mamá, episodios de zozobra económica por que el papá gastaba el dinero donde no debía.

Como pudo, Rubén logró costear sus estudios en la Escuela Libre de Derecho y partir de ahí las cosas empezaron a cambiar para él, así que para cuando conoció a Ruth estuvo en condiciones de cortejarla y después formar una familia con ella, dándole la vida a la que más o menos ella estaba acostumbrada.

De inmediato se ubicaron en el sur de la ciudad, en una casa grande y hermosa. Hasta aquí parece que todo es miel sobre hojuelas, pero como dice el adagio popular, “el diablo está en los detalles”.

Rubén vivía acomplejado debido al origen distinto al de su esposa y constantemente ejercía violencia pasivo- agresiva con su esposa. Siempre trataba de hacerla sentir tonta o al menos le hacía creer que él era mas inteligente que ella.

Ruth siempre estaba tratando de llegar a su peso ideal; según sus propias palabras, antes de tener a su hijo tenía una figura de concurso, pero ya no la pudo recuperar, al menos no lo había conseguido, pero no desistía, siempre estaba intentado una dieta nueva, una rutina nueva.

Cuando esto sucedía era notorio, porque hacía un súper diferente que incluía los suministros que iba a necesitar en la nueva dieta; era ahí cuando Rubén operaba. Esperaba a que llegara el domingo para que él -que era adepto de las carnitas de cerdo estilo Michoacán, al igual que su hijo- elaborara la agenda dominica.

«Iremos a las carnitas, luego al cine y después ya nos venimos».

Al principio Ruth lo dejaba pasar, pero después se sentía culpable por no atreverse a refutar el plan. Finalmente le hizo ver a Rubén que siempre la saboteaba, que al menos lo había hecho unas 20 veces, y que ya no contara con ella para ir a comer alimentos que no estaban dentro de su plan de alimentación.

El resultado fue un sermón en el que su esposo la llamó malagradecida, le hizo ver cuánta gente en el mundo no tenía para alimentarse y que ella en lugar de darle gracias a Dios por tener un esposo que podía invitar a comer a su familia ¿y qué es lo que hacía ella? ¡Quejarse!

Después de eso, Ruth comenzó a acompañarlos pero no comía. Con toda la fuerza de voluntad que era capaz de reunir se aguantaba, algo comía en casa antes de salir y así evitaba romper con su propósito.

Esto le caía muy mal a Rubén, que como mencionamos tenía ciertos complejos. Ya en el carro, enfrente del hijo, le empezaba a cuestionar a gritos si se creía mejor que él, le profería un par de insultos y conducía a toda velocidad increpando también a otros conductores.

No pocas veces se bajó de su carro amenazando al peleonero de turno (para un pleito hacen falta dos) con un arma que traía siempre bajo el asiento del conductor. Esta situación empezó a repetirse cada domingo, es decir, Ruth tenía la obligación de comer carnitas, barbacoa, birria, o cualquier cosa que Rubén quisiera que ella comiera, de lo contrario el domingo podía terminar con él empuñando un arma contra cualquier persona.

Continuará…

*Las ideas contenidas en este texto son responsabilidad de su autor y no reflejan la postura de News Report MX

Gabriel Zamora Paz es Psicólogo por la UABC, Maestro en epistemología y doctor en Psicoanálisis Lacaniano.

Cuenta con 20 años dedicado a la actividad clínica como psicoterapeuta primero, cómo psicoanalista desde hace 6 años y trabajó 6 años como académico en la UPN.

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